Dejé mi país hace años

Vivimos felices en Edinbug,Inglaterra. Quiero compartir este texto, que no es mío sino del portal masedimburgo.com, ellos dicen bien lo que yo viví y sentí con la partida , vista hoy con la perspectiva que nos da el tiempo.

Apretujar nuestra vida en una maleta y mudarnos a otro país fue una de las mejores decisiones que hemos tomado jamás. Porque cuando te marchas, cuando conviertes tu vida en viaje e incertidumbre, creces. Te enfrentas a nuevos retos, descubres en ti facetas que desconocías, te sorprendes y te dejas sorprender por el mundo.

Aprendes y amplías tus perspectivas. Desaprendes y, a base de algún golpe y unas cuantas lecciones, creces en humildad. Evolucionas. Añoras y creas recuerdos que ya no te abandonarán. Si alguna vez has vivido o viajado durante una temporada lejos de casa, seguro que te sientes identificado con estas cosas que cambian cuando vives en otro país.

Desde el momento en el que decides marcharte, tu vida se convierte en un vaivén de emociones

De lo inesperado, de aprendizaje e improvisación. Los sentidos nunca duermen, y durante un tiempo destierras la palabra rutina de tu vocabulario para dejar paso a la adrenalina. Nuevos lugares, nuevas costumbres, nuevos retos, nuevas personas… La sensación de comenzar de cero debería asustarte, pero resulta adictiva.

Así que, cuando vuelves unos días al hogar, te sorprende que todo siga igual

Tu vida ha cambiado a un ritmo frenético, y llegas cargado de vivencias y con unos días de vacaciones por delante en el que fue tu país. Pero en casa todo transcurre a su ritmo habitual. Los demás siguen haciendo malabarismos con las obligaciones cotidianas, y comprendes que la vida no se detiene para ti.

Cuando te preguntan cómo va todo, te cuesta encontrar palabras adecuadas

Luego, sin embargo, tienes que morderte la lengua porque a mitad de cada conversación te acuerdas de mil y una anécdotas y no quieres parecer pretencioso o agobiar a los demás con batallitas de “tu otro país”.

Muchas personas te dirán que eres valiente, que también querrían marcharse, pero no se atreven

Y tú, aunque también tuviste miedo, sabes mejor que nunca que la valentía constituye, quizás, un 10% de las grandes decisiones. El 90% restante son las ganas. ¿Te apetece? Hazlo. Cuando damos el salto, ya no hay valientes ni cobardes: pase lo que pase, te enfrentas a ello.

Unas veces se te escapa una palabra en otro idioma

Otras solo se te ocurre una manera de describir algo con aquella expresión perfecta que no está en el idioma adecuado. Cuando convives con una lengua extranjera, aprendes y desaprendes a la vez. Mientras interiorizas referentes culturales e insultos en tu segunda lengua, te sorprendes esforzándote en leer en tu lengua materna para que no se oxide.

Las cosas son de paso

Pronto te das cuenta de que, ahora, muchas cosas y personas son de paso, y el valor de la mayoría de situaciones se relativiza. Perfeccionas el equilibro entre crear lazos y saber desprenderte de objetos y recuerdos: una lucha perpetua entre nostalgia y pragmatismo.

Vivir en otro país, como viajar, te enseña que “normal” significa social o culturalmente aceptado

Así que, cuando te sumerges en otra cultura y en otra sociedad, tu concepto de normalidad se resquebraja. Aprendes que hay otras formas de hacer las cosas y, al cabo de un tiempo, tú también adoptas aquella costumbre antes impensable. También te conoces mejor a ti mismo, porque descubres cuáles son las cosas en las que de verdad crees y cuáles, en cambio, son aprendidas.

Tu nuevo hogar

Aquella atracción turística que tal vez no hubieras visitado en tu país se suma a la lista de lugares que ver en tu nuevo hogar, y pronto te conviertes en un experto en la ciudad. Pero, cuando alguien viene de visita unos días y te pide recomendación, te cuesta escoger unas pocas actividades: si fuera por ti, les recomendarías visitarlo todo.

En otro país, la tarea más sencilla puede convertirse en un reto

Tramitar papeles, encontrar la palabra adecuada, saber qué autobús tomar. Siempre hay momentos de desesperación, pero pronto te armas con más paciencia de la que nunca tuviste, y aceptas que pedir ayuda (en el autobús, en la calle, a tus conocidos) no solo es inevitable, sino muy sano.

Como si mirases desde la ventanilla de un coche en marcha

A lo lejos el tiempo parece transcurrir muy lento, mientras que de cerca los detalles pasan a velocidad de vértigo. Desde la distancia, te llegan noticias de cómo sigue la vida en tu ex casa: cumpleaños, personas que se van, fechas señaladas que te perderás. En cambio, en tu nuevo hogar, el día a día va muy deprisa. El concepto de tiempo se deforma tanto que aprendes a medirlo en pequeños momentos, ya sea en un Skype con los de siempre o en una cerveza con los nuevos.

Leerás a menudo que hay viajes que cambian la vida

Y, a pesar de los clichés, vivir en otro país es un viaje que te cambiará profundamente. Sacudirá tus raíces, tus certezas y tus miedos. Desde el momento en el que tu vida cabe en una maleta (o, si tienes suerte con tu aerolínea, en dos), lo que entendías por hogar deja de existir. Casi todo lo que puedes tocar con las manos es reemplazable; viajes adonde viajes, acumularás nueva ropa, nuevos libros, nuevas tazas. Pero llegará el día en el que, en tu nueva ciudad, te invada la sensación de estar en casa.

El hogar es quien te acompaña

Quien dejas atrás, son las calles donde transcurre tu vida. El hogar también son los objetos al azar que pueblan tu nuevo piso, aquellos de los que te desprenderás sin remordimientos cuando llegue el momento de marcharte. El hogar son los recuerdos, las conversaciones en la distancia con familia y amigos, un puñado de fotografías.

Ahora ya sabes lo que significa renunciar a lo que tenias. Comenzar desde el principio y maravillarte todos los días. Y el mundo es tan grande y por que renunciar a seguir descubriéndolo.

Alberto Fernandéz Carrizo