El Padre Mario, siempre necesario

Creó una fundación que ya superó las cinco décadas. El padre de los milagros que con su obra trascendió su vida, un paradigma de solidaridad y entrega.

Autor: María Eugenia Plano

“Cuando alguien recibe un don, es para darle a los demás, no para uno”, decía el Padre Mario Pantaleo cuándo le preguntaban porque era capaz de curar a tantos y no podía ayudarse así mismo, cuando el asma lo aquejaba y necesitaba un nebulizador para poder respirar.

Secuelas de una neumonía que contrajo a los cuatro años, que casi lo lleva a la muerte y cuya curación le atribuye a Santa Teresita. Una primera experiencia que marcó su vocación de entrega.

El Padre Mario es recordado por haber sido un “cura sanador”

Miles de personas lo esperaban desde la medianoche en su obra en González Catán. Llegó a atender a 3.000 personas en un día, las recibía en pequeños grupos y pasaba uno por uno imponiendo sus manos. El péndulo era su herramienta para detectar la zona enferma y diagnosticar.

Los testimonios de sanación se cuentan de a miles. Incluso para los más escépticos, los misterios de la fe los interpelaron sin respuestas.

El Dr. Daniel Trocki, elegido por el Padre Mario como Director Médico del Área de Salud de la Fundación en González Catán, reconoce que presenció casos que a los ojos de la medicina eran imposibles. “Presencié algunas cosas que eran increíbles. Si yo no las hubiera visto, confieso que me hubiera costado mucho aceptarlas”, reconoció.

Caso tras caso de curación y con las historias clínicas de los pacientes que revertían lo imposible. Trocki admitió: “Uno no tiene por qué encorsetarse en los parámetros médicos, esto lo digo como profesional. Nosotros somos profesionales, pero antes que eso somos seres humanos”.

El brazo derecho

El Padre Mario tenía su “brazo derecho” como a él le gustaba llamar a Perla Gallardo, la fiel colaboradora y continuadora de la obra del sacerdote, quien falleció el 15 de julio de este año.

Perla conoció a Mario Pantaleo a fines de la década del ’60 cuando tenía un tumor ginecológico. El pronóstico eran tres meses de vida. Ella junto a su marido, recorrieron toda Europa en búsqueda de un tratamiento, pero el diagnostico era contundente, no había ninguna cura disponible. Su esposo le dijo que podía haber una última esperanza, un cura sanador que atendía en Carlos Pellegrini y Santa Fe, en la Capital Federal.

Descreída, pero sin nada que perder, Perla fue al encuentro del Padre Mario. Lo encontró arrodillado curando a una monja. Luego se dirigió a ella y sin mediar palabra, impuso su mano sobre su vientre. Hasta ese momento, ella sentía intensos sangrados, pero en ese instante sintió que esa hemorragia, que padecía desde hace años, se había terminado.

Perla no pudo contener las palabras y le dijo ¿Usted me va a curar, padre? Él la miró y le dijo: «No, arriba está el que la va a curar. Él es el guitarrero, yo soy sólo la guitarra».

Desde ese día el Padre Mario y Perla Gallardo fueron inseparables. Cuando se conocieron, el sacerdote vivía en una casa muy precaria en González Catán. Su sueño era edificar una Iglesia y un espacio para dar de comer y educar a los niños, a los discapacitados y a los adultos mayores de la zona.

El camino

Con los pocos ahorros que tenía, el Padre Mario comenzó a edificar una capilla. Perla lo ayudó a buscar donaciones y a organizar toda la construcción. En 1972 se inauguró la iglesia y la obra nunca paró.

La prioridad del sacerdote era ayudar e inculcar la cultura del trabajo. Bajo este objetivo su prioridad fue crear una guardería para ayudar a las mamás del barrio que tenían que trabajar y no tenían con quien dejar a sus hijos.

Así se nació la piedra angular de esta fundación, el Centro Materno Infantil.

  • Después llegaron el comedor comunitario
  • El Retoño, el jardín de infantes,
  • las escuelas,
  • el centro médico,
  • el espacio para los niños con discapacidad
  • y el centro para las personas se la tercera edad.

El Padre Mario ha dejado un legado que trasciende sus milagros

La construcción de la dignidad de cada una de las personas que se alimentan educan y sanan en su obra, son su huella.

Hoy la Obra del Padre Mario Pantaleo tiene 15.000 metros cuadrados y después de su muerte, hace 28 años atrás, se construyó un colegio secundario, un instituto terciario y universitario, un centro de formación para que unas 300 personas aprendiesen oficios y la policlínica Cristo Caminante, que brinda sesenta mil prestaciones anuales, con más de veinte especialidades médicas.

Toda la obra se sostiene a fuerza de solidaridad

Hoy 25 mil aportantes, entre donantes particulares y empresas, apoyan la continuidad y el progreso de la fundación.

Sus amigos lo definían “como un obstinado y un luchador”. Dormía muy poco y se levantaba a la madrugada para atender a los miles de personas que lo esperaban desde la noche anterior.

Un hombre de Dios, de pocas palabras y una multitud de hechos que trascendieron su propia vida, y hoy sigue vivo en el corazón de todo aquel que le pide ayuda.