¿El vaso medio lleno o medio vacío?

Existe un “vicio intelectual” o un lugar común entre los «biempensantes»: ser optimista es ingenuo, irreal y hasta casi infantil.

Así anda el pesimista, aferrado a su verdad de manual, creyendo que la única manera de encarar la vida es argumentando que la «realidad» es un vaso medio vacío al que nunca se le caerá una gota de más para completarlo.

Si buscamos razones para ser negativos, existen millones de causas, siempre las habrá. El mundo, la experiencia propia y ajena, la política, la economía, la mala fortuna, la familia o uno mismo, todos podrían ser presuntos culpables de los desencuentros que tenemos con la vida.

El pesimista vive el presente y el futuro lejos de la esperanza, lo que vendrá casi siempre puede ser una calamidad.

Y, ¿qué pasa con el optimista? Lejos de la ingenuidad y la estupidez, quien elige una conciencia positiva se hace cargo de su pasado, presente y futuro. No se recluye en el «destino trágico», sino que evalúa su accionar en lo que ha sucedido.

Hay una cuota de responsabilidad que analiza y así, intenta revertir el error o la circunstancia.

Hace un esfuerzo, trabaja en sí mismo y se esfuerza por mejorar.  El optimista, lejos de dejar su vida en manos de la providencia, trabaja en ella.