“Atrapada en el tiempo” un cuento corto

Ahí estaba, sentada en el asiento de atrás. Con la música a tope se aislaba del resto de los ocupantes del vehículo. Mirando por la ventanilla sin ver nada. Me atrevería incluso a decir que sin escuchar nada. Dejando pasar las canciones una tras otra, sin hacerles más caso que a las siluetas desdibujadas del paisaje. Tan sólo su voz interior le repetía una y otra vez lo injusta que era la regañina que acaba de recibir.

En cuanto entró en casa se encerró en su refugio

Su habitación era como una cápsula que tan solo tecleando el móvil la transportaba a otro lugar, a ese punto de encuentro donde coincidía con todos sus amigos. Desde que descubrió el poder de ese aparato, que permite acercarse a cualquiera en tan solo un momento, sus aficiones cambiaron. Los maravillosos dibujos que salían de sus manos quedaron reducidos a un montón de láminas guardadas en una carpeta. Tenía la capacidad de plasmar su peculiar realidad.

Creaba personajes a los que sabía dotar de una personalidad arrolladora, una mezcla entre inocencia y picardía, siempre imaginarios y deslumbrando en un maravilloso mundo de colores. Ese mundo era el que su mente había construído tras horas y horas inmersa en libros que leía una y otra vez para recuperar ese pequeño detalle que la impaciencia le había hecho pasar por alto. A veces incluso se atrevía a escribir.

Volver a escribir a la vuelta de un crucero que hizo con la familia por Italia

Callejeando por Nápoles se enamoró de un llavero que encontró en un pequeño puesto artesanal que tenía la inscripción “Ricorda di osare sempre”.En cuanto llegó a casa ya tenía en mente varios relatos donde narraba las peripecias de una adolescente cuyos sentimientos se parecían mucho a los de ella.

Se imaginaba una bonita historia de amor, que tras muchas complicaciones, siempre tenía un final feliz. Ya ninguna de esas aficiones tiene cabida en su día a día. Atrás quedaron sus dibujos y sus libros. Ya sólo hay tiempo para teclear. Para admirar lo que pintan otros, para leer lo que escriben otros,  para juzgar lo que viven otros.

Sus cambios de humor no la dejan disfrutar de una vida que podría ser maravillosa

Y ese estado de ánimo le provoca una lucha interior. Le cuesta aceptar que su lindo rostro aún lo es más cuando sonríe. Que el acné adolescente es solo algo pasajero y que su larga cabellera rizada le aporta una personalidad que la distingue de todas las demás.

¿Cómo superar ese trauma infantil de no poder cepillarse la melena y tener que resignarse a que haga lo que haga siempre adoptará una forma no deseada? ¿Qué importa que sean unos rizos brillantes y perfectos, envidiados por todos los que no pueden evitar girarse a su paso, incluso llegar a tocarlos con disimulo? ¿Cómo recuperar esa autoestima que malgastó en su infancia? Con apenas 3 añitos podía haber escrito perfectamente esa frase de Gandhi: “La vida me ha enseñado que hay caras sonrientes, si les sonrío”. Sabía el poder que ejercía sobre los que la miraban.

Y ahora, ¿que es lo que queda?

 Dos mentes en un solo cuerpo. Una niña dando sus últimos coletazos y una mujer luchando por salir. Una dura batalla sin sentido, que transcurre bajo la atenta mirada de su familia, en la trinchera, siempre preparada para recogerla y llevarla a un lugar seguro.

Esa familia nunca baja la guardia. Siempre está dispuesta a secarle las lágrimas y aconsejarla tras cada uno de sus tropiezos. A curarle sus heridas o a hacerle entender que a veces se tienen que dejar curar solas, siempre teniendo en cuenta que cuando el dolor se comparte duele menos.

Que en los períodos de tregua no hace falta meterse en la cápsula transportadora

Las personas que más la quieren están mucho más cerca. No hace falta teclear, basta con salir de la habitación. Los abrazos reales transmiten mucha más energía y fortaleza. Cuando acabe la batalla y salga vencedora la mujer responsable que ya asoma, su familia, orgullosa, seguirá ahí, sin perderse ni un detalle.

Y verán como al llegar a casa se quita su coraza y vuelve a vestir su pijama de pingüinos y se tapa con su bata de unicornio. Verán como sale de la habitación y mientras atraviesa el pasillo que la lleva a la salita de estar, se irá transformando en la dulce e inocente niña de sonrisa contagiosa, que para sus padres siempre quedó ahí, atrapada en el tiempo.

 

Autora: Ana Palacios