Hoy más que nunca necesitamos dialogar  

El ser humano ha podido vivir y desarrollarse durante miles de años gracias al diálogo, o sea: la capacidad para escuchar y comprender al otro. Por otra parte, la pérdida del contacto con el otro ha provocado la fragmentación de la sociedad y ha creado barreras que impiden la comprensión de aquello que es diferente.

Las personas pueden ser muy complejas. Razonan y sienten. Argumentan e insultan. Tienen momentos de brillantez y bajezas miserables. Saben escuchar y pueden aplastar a otros con sus gritos.

Resulta fácil acorralar a quien piensa distinto bajo una nube de insultos. Resulta difícil mantener la discusión en un clima de respeto y con la mirada puesta en los argumentos.

Pero también es capaz, desde un buen nivel de educación y desde las convicciones más nobles, de escuchar, de razonar, de contribuir a debates en los que el respeto sea no sólo una fórmula vacía, sino una actitud de fondo.

Desde el respeto, el otro será tratado según una dignidad que nos une y que nos exige a todos, mirar al frente y darnos la mano en el camino que lleva hacia la verdad y la justicia.

También cuando llega la hora de renunciar a convicciones a las que estábamos muy aferrados,pero que mostraron su falsedad gracias a la ayuda de quienes nos ofrecieron buenos argumentos en un clima de cordialidad y de respeto.

Aceptar la diferencia como valor significa reconocer al otro con las mismas condiciones que quiero que se me reconozcan.

Y una de las prácticas que conduce a esta aceptación, una de las que forma el hábito de la convivencia en sociedades plurales como la nuestra, es la práctica del diálogo.

Cuando el diálogo busca consensos y lo consigue respetando al otro y su autonomía, es potencialmente muy rico y ciertamente un valor.