Tiene 65 años y terminó el secundario después de tres intentos: «Haberme recibido es mi Mundial»

La mujer logró sobreponerse a distintos obstáculos a lo largo de su vida. «Es un faro para sus compañeros», dice uno de sus profesores.

Javier Firpo

08/01/2023 6:01

Clarín.com

Sociedad

Actualizado al 08/01/2023 6:01

«Esta mujer es un ejemplo para los más jóvenes que la ven en un aula. Nunca tuvo excusas, nunca faltó a clase, es la que más se empeña y la que más estudia, la verdad es que es un faro para sus compañeros«, dice Nicolás Bonino, docente de Química. Se refiere a María Teresa Martínez, Mayte para su entorno, quien a sus 65 años acaba de recibir la medalla y el diploma por haber terminado el secundario en la escuela Naciones Unidas, de Monte Grande.

Mayte irradia calidez y ternura. La quieren profesores y alumnos, es la más grande y mimada del curso nocturno y luce emocionada tras el acto de este martes, porque ella sabe todo lo que le costó llegar hasta este punto. «Muchos obstáculos en mi vida, palos en la rueda, temores, pero intenté sobreponerme a cada cosa y haber llegado a graduarme en el secundario después de mi tercer intento es como mi Mundial. ¿Entendés? No es mi tercera copa pero sí mi tercera oportunidad… y no la desaproveché», expresa.

Disfrutadora de la filosofía y descubridora literaria, Mayte es una mujer sofisticada que se hizo así misma, se instruyó por las suyas buena parte de su vida, «una vida con aciertos importantes y con errores que todavía me cuestan aceptar y hasta perdonarme porque fui sumisa, condescendiente… Hoy soy otra, una Mayte con carácter y decisión», desliza mientras muestra su medalla y diploma con los ojos enrojecidos.

Mayte no quiere detener el envión de estar rodeada de libros y estudio. «Seguiría un año más –dice y ríe con ganas–, la pasé tan bien, pero ahora que tengo el secundario siento un embale bárbaro… Como que mis alas se extendieron y empiezo a volar… Y en ese vuelo puedo divisar todo lo que hay para crecer y formarme. Me gusta escribir, me gusta leer ficción, sólo quiero seguir estudiando para tener la libertad del saber«, reflexiona ante Clarín esta auxiliar de jardín de infantes, que lleva 22 años trabajando en el «906» de

Mira el horizonte Mayte, madre de Marcia, Flavia, Pablo Martín y Pablo Javier. «Sí, les puse Pablo a los dos, no sé, lo quería, fue un capricho y, obviamente, a ninguno lo llamo Pablo».Ellos estuvieron presentes en el colegio y en la entrega de la que se hizo cargo el propio profesor Bonino. «A Mayte se la va a extrañar, porque se necesitan personas así en el aula, que contagien ganas, voluntad, estoicismo. Nada le fue sencillo, no se le tuvo especial consideración, esta mujer que venía de su trabajo siempre llegaba con un espíritu y una polenta envidiables».

También compenetrado con el acto, Bonino luce movilizado. «Mayte introdujo en el aula el estilo de estudio vintage, que hoy no se estila y que tan bienvenido es, como el ejercicio de ir a buscar material a las bibliotecas o traer enciclopedias muy viejas a mi clase de Química, para hacer los trabajos prácticos», comparte entre orgulloso y todavía asombrado.

«Nada de agarrar el celular y googlear una pregunta o hacer la fácil yendo a la respuesta –prosigue el docente–. En absoluto: Mayte leía, subrayaba y compartía ese método tan añorado pero efectivo con sus compañeros, que se prendían en esta aventura, una aventura que hoy prácticamente no existe en un aula de un colegio secundario», agrega.

Cuesta arriba

Mayte nació en Ezeiza, donde hizo la escuela primaria. Quería estudiar en una escuela de Cañuelas para ser profesora de educación física, pero su papá le bajó el pulgar. «Me quería cerquita, tampoco le convencía lo que yo quería hacer. Qué se yo, hay que ponerse en contexto, 50 años atrás… Yo obedecí, no tenía otra opción… Además en Ezeiza, por esos tiempos, no había secundarios». Pero Mayte, adolescente, se las rebuscó con un curso de secretariado entre sus 13 y 15 años y de ahí empalmó con su precoz bautismo laboral.

Dice que siempre se sintió una todoterreno. «No tenía 15 y ya ganaba mi platita como niñera. Después me dediqué a ser empleada doméstica, hasta que a los 18 empecé a trabajar en un frigorífico como operaria. Conocí a Gerardo, mi marido, me casé a los 21, tuve cuatro hijos y me aboqué a la familia hasta los 37, cuando volví al ruedo laboral como auxiliar en una escuela pegadita al aeropuerto de Ezeiza», detalla. Al tiempo se cambió a un jardín de infantes hasta que, comenzado el milenio ingresó al 906, donde permanece.

Prudente, cuidadosa del vocabulario, Mayte hace saber que tanto su padre Aurelio como su marido Gerardo «se parecían bastante» en esto de «mejor quedate en casa, como que había mucha dominación, hoy es otra cosa, nada que ver».

En 2005 un terremoto sacudió la rutinaria vida de esta, por entonces, costurera: en febrero murió su esposo, en mayo su mamá, Serafina, y en diciembre su papá, Aurelio. Intentando superar el trance, y causalidad mediante, Mayte se anotó en la escuela Naciones Unidas, de Monte Grande, ya sin la presión de la mirada de los hombres adultos de su familia. Arrancó el secundario para adultos en turno noche y se demostró que era su lugar en el mundo. «Arranqué con todo y me fue muy bien, no me llevé ninguna materia. Tenía varios años menos, un poquito más de 50, otra energía», sonríe.

Sin embargo, llamativamente, sin motivos puntuales, abandonó el último año. «No me preguntes por qué, aún no lo sé… Quizás soy muy influenciable y la palabra de terceros torció mi rumbo. Pero, por suerte, 15 años después tuve mi revancha… Nunca es tarde».

En mayo de 2022 se decidió a averiguar si no era tarde para arrancar el último año –ya comenzado– del secundario. Fue a una escuela más cercana a su casa, le pidieron el analítico, los años cursados y regresó a buscarlos al Naciones Unidas, donde había hecho los dos años.

«¿Por qué no lo terminás acá? Éste es tu lugar, ¡cómo no vas a venir a hacer tu último año aquí», la persuadió Pablo, un preceptor que se la hizo fácil. «Haceme caso, tenés todos los papeles en orden, venite mañana que arrancás».

El «empujoncito» del preceptor fue vital para que Mayte se presentara al otro día, algo tímida pero decidida. «Desde un primer momento me recibieron muy bien tanto docentes como compañeros de veinte y treinta años más jóvenes. Al principio, como imaginaba, me costó acomodarme, pensá que volvía a las aulas, a estudiar 15 años después, siendo viejita y con las neuronas oxidadas. Una vez acomodada, no me paró nadie… Ir cada noche era un estímulo, me sentía una privilegiada de tener la oportunidad de poder hacerla. Quizá suene a una pavada, pero para mí era la asignatura pendiente más importante que necesitaba saldar», confiesa.

Sin lamentarse, al contrario, vuelve a lo que podría estar haciendo en estos tiempos. «Muchas veces pienso que, tal vez, estaría en algún posgrado, ya siendo profesional. Qué sé yo, de alguna manera contribuí para dejarme avasallar y no defender mis intereses, como sí lo estoy haciendo ahora. Nunca es tarde para descubrir que se tiene voz y voto. Pero sin rencores ni resentimientos, eh… hoy soy otra Mayte, y luché para que mis hijos tuvieran la libertad que yo no pude conseguir».

Habitué de Facebook, Mayte vuelca textos propios, pensamientos y otras frases que apuntan a distintos destinatarios que no menciona, como una suerte de catarsis. «Para vos, que decías que no podía, que nunca iba a poder… Viste como pude», grita uno de las últimos posteos, vaya a saber para quién. «Queda en mí», se despide pícara.

MG

Fuente: https://www.clarin.com/sociedad/65-anos-termino-secundario-despues-intentos-haberme-recibido-mundial-_0_16FGvM8ASQ.html