A no bajar los brazos
Hoy tuve la mala idea de leer el periódico y ver el telediario: Guerras que crecen, Oriente Medio, Africa, Rusia, Ucrania, y tantas más que dejan angustia, dolor y muerte. Gobiernos que mienten. Pactos para la maldad y, sobre todo, mucho silencio y complicidad de la llamada gente buena.
Y me pregunto cómo, ante tanta oscuridad, es posible que sigamos en silencio. ¿Será que hemos dejado de creer que podemos hacer algo? Sin embargo, es justo en estos momentos cuando más debemos aferrarnos a ese entusiasmo, esa chispa de sana rebelión que nos recuerda que debemos preocuparnos por el prójimo.
Hoy, me sigo preguntando por el entusiasmo y la pasión. Y pienso que, más que nunca, son fuerzas esenciales para seguir respirando en un mundo que parece ir por el camino equivocado. No hablo de una pasión superficial, de esa que venden como producto en las estanterías del mercado, envuelta en consignas vacías. Hablo de esa pasión auténtica, la que se enciende dentro de uno cuando las injusticias del mundo te queman la piel, cuando miras a tu alrededor y ves que algo no está bien, que el mundo merece algo mejor.
El entusiasmo no es ingenuo. No es una sonrisa tonta frente a los problemas, sino esa chispa rebelde que te recuerda que el conformismo no es opción. Vivimos en tiempos difíciles, lo sé, pero siempre lo han sido, y siempre ha habido quienes, con su pequeño fuego, han iluminado los caminos de otros. De eso se trata, de sumar llamas. Porque la verdadera transformación nace de la pasión compartida, del entusiasmo que te lleva a creer que, aunque seas uno solo, puedes cambiar algo. Y si no puedes hacerlo solo, puedes hacerlo con otros.
Lo importante es no perder de vista que la pasión no es propiedad de los grandes gestos, de los héroes solitarios. Está en lo cotidiano, en cada gesto de resistencia, en cada abrazo solidario, en cada pequeña acción que desafía la apatía. Hoy, más que nunca, necesitamos apasionarnos por lo que de verdad importa.
Que no nos roben el entusiasmo ni lo conviertan en simple espectáculo. Que siga siendo lo que siempre ha sido: la fuerza que nos mueve a soñar, a luchar y, sobre todo a vivir en un mundo mejor.