Los olvidados de Beirut
Cuentan que amar al prójimo es ley, pero en Beirut, esa ley se quiebra como un vidrio roto. Miles de cristianos, junto con otras almas de bien, habitan las calles de una ciudad donde las sombras de la radicalización, los olvidos de la derecha y la violencia de los demás han secuestrado el aire.
Aquí, vivir no es solo sobrevivir, es resistir, es un acto de fe en medio de tanta fealdad.
Beirut, con su caos, parece haberse olvidado de la gente sencilla que solo quiere vivir en paz. La izquierda se radicaliza, habla de revolución, pero su revolución olvida a los que sufren, los que rezan en sus iglesias y piden por un futuro que no llega.
La derecha, en su ceguera, mira hacia otro lado, dejando a su suerte a los que no caben en su visión estrecha. Y los violentos, esos que nunca faltan, hacen que el miedo sea la única moneda que circula libremente.
En este rincón del mundo, la bondad es una herejía.
No se manda, no se espera. Amar aquí es arriesgar, es tender la mano cuando el corazón se marchita. Es ensuciarse las manos por el otro, porque en Beirut, en cada esquina, el prójimo te mira a los ojos pidiendo un gesto que lo salve, aunque sea por un día.
Y es que el egoísmo, en esta ciudad herida, es la trampa más fácil.
Pero el servicio, el verdadero, el que te limpia el alma, sigue vivo en aquellos que, a pesar del ruido, siguen creyendo en el otro. En Beirut, amar no es una opción, es una necesidad. Porque el prójimo también eres tú, cuando el mundo te pesa y necesitas un abrazo.
Aquí, en el Líbano, esta tierra olvidada, el amor se convierte en el último acto de resistencia.