No siempre se crece hacia arriba

Muchas veces el verdadero crecimiento es hacia dentro, hacia esos rincones ocultos del alma donde germinan las raíces profundas.  Nos han enseñado que crecer es estirar los brazos hacia el cielo, pero a veces, más que alzarse, hay que profundizarse, buscar ese latido escondido que nos recuerda que estamos vivos.

Menos orgullo, más humildad

El orgullo es el caparazón que nos ponemos para no sentirnos pequeños. Pero la humildad es otra cosa: es saberse vulnerable, saber que uno no es más que un suspiro en la historia, que las fronteras que nos separan son frágiles como el vidrio, y que ser auténticos es un acto de rebeldía frente a la dictadura de las apariencias.

La gratitud nos salva, nos ancla

Nos dicen que siempre falta algo, que siempre necesitamos más, pero a veces basta con detenerse y sentir el milagro de lo que ya tenemos. Y esa gratitud es una fuerza que combate la infelicidad, porque la infelicidad nace cuando el deseo nos arrastra, cuando olvidamos el placer sencillo de estar aquí.

Y si algo nos falta en este tiempo de prisa es conciencia

Vivimos impulsados, empujados por la marea, sin detenernos a mirar, a pensar. Menos impulsividad, más conciencia, más calma para escuchar las voces que laten dentro de nosotros. Porque crecer no es siempre hacia arriba; crecer, a veces, es hundir los pies en la tierra y recordar quiénes somos, mirando y sintiendo hacia nuestro interior.