Kit de supervivencia para tiempos difíciles
Este no es un kit de emergencia para catástrofes naturales, sino para desastres cotidianos. No contiene linternas ni enlatados, pero sí algunas luces y nutrientes para el alma.
Un abrazo bien dado: No de esos que se dan por compromiso, sino uno que te envuelve como abrigo en invierno. Un abrazo que diga: “aquí estoy, con vos”.
Palabras que curan: No muchas. Las justas. Un “te entiendo”, un “no estás solo”, un “qué valiente sos”. Palabras con la dignidad de los silencios que respetan.
Un recuerdo feliz en el bolsillo: Para sacarlo cuando el alma se enfría. Una risa compartida, un olor a pan recién hecho, un atardecer con nombre propio.
Gestos de gentileza anónima: De esos que no se fotografían ni se publican. Sostener la puerta, ceder el asiento, mirar a los ojos.
Tiempo sin reloj: Tiempo para estar, no para llegar. Para escuchar sin apuro, para caminar sin destino, para quedarse donde el alma se siente bien.
Una rebeldía tierna: De esas que no rompen, pero que no se dejan romper. Que dicen que no, cuando decir sí sería traicionarse.
Esperanza: No la de los optimistas ciegos, sino la de los que siembran sabiendo que tal vez no vean la cosecha. La esperanza como acto de fuerza.
Una canción que sepas de memoria: Para cuando te falle la voz, para cuando el mundo haga ruido. Una canción que te recuerde que alguna vez bailaste, que alguna vez fuiste viento.
Una risa desobediente: De esas que se escapan cuando el sistema te quiere serio. Una risa que no pide permiso, que sacude el miedo, que contagia vida.
Alguien a quien cuidar: Porque cuidar es también cuidarse. Porque cuando uno se vuelve abrigo para otro, se protege también del frío del mundo.
Y al fondo del kit… un latido.
Uno solo. Pero firme.
El latido de la dignidad que no se rinde. El de la memoria que no olvida.
El de la ternura que se planta frente al odio y dice: «Aquí no se pasa. Aquí se ama.»
Este kit no se compra ni se vende. Se regala, se hereda, se contagia.
Y si alguna vez sentís que te falta algo, abrí el pecho, no la mochila. Ahí está todo. Ahí estás vos.