El Eternauta: una apuesta ambiciosa entre la nieve y el caos
La adaptación audiovisual de El Eternauta llega con el peso de una leyenda: uno de los cómics más icónicos de la Argentina, finalmente llevado a la pantalla con una inversión considerable y la plataforma de Netflix como respaldo global.
En términos de producción, la serie cumple con los estándares del streaming internacional.
La recreación de una Buenos Aires apocalíptica es visualmente convincente, con efectos especiales bien logrados, aunque por momentos desparejos. La nevada mortal —ese símbolo central del relato— tiene impacto visual, pero a veces la dirección de arte oscila entre lo sugestivo y lo genérico, perdiendo parte de su atmósfera única.
La narrativa avanza de forma irregular.
Hay momentos de tensión bien construida, especialmente en los primeros episodios, cuando la amenaza aún es difusa y el foco está en la supervivencia cotidiana. Pero a medida que la serie introduce las jerarquías alienígenas (Manos, Ellos, Gurbos), el ritmo decae, y el guion parece luchar por equilibrar lo explicativo con lo emocional. Los diálogos, por momentos, caen en la sobre explicación o el tono declamativo, restando naturalidad a la historia.
Juan Salvo, interpretado por Ricardo Darín.
Ofrece una actuación sólida, aunque contenida. El personaje – pensado originalmente como un “hombre común”- se transforma aquí en un líder más heroico de lo necesario, tal vez por presión del formato serial actual que exige protagonistas fuertes. Se pierde, en parte, esa cualidad coral y colectiva que caracterizaba a la obra original.
Uno de los aciertos de la serie es su diseño de sonido y la construcción de tensión en espacios cerrados: Casas, refugios, túneles. Allí se logra transmitir claustrofobia y peligro sin caer en el efectismo.
El Eternauta es una apuesta valiente.
Técnicamente competente, pero que oscila entre la fidelidad al material original y las convenciones del streaming contemporáneo. No es un fracaso, pero tampoco una obra definitiva. Es un punto de partida —tal vez necesario— para pensar en cómo adaptar clásicos locales sin que pierdan su singularidad ni queden atrapados en la maquinaria global del entretenimiento.
El Eternauta es, ante todo, un experimento de traducción:
Del papel a la pantalla, del mito al producto, del tiempo pasado al consumo presente. En ese tránsito, pierde parte de la densidad filosófica y existencial que hacía del cómic algo más que una historia de invasión. Pero también gana en exposición y abre una puerta para nuevas generaciones que quizás nunca hayan oído hablar de Juan Salvo. La serie no tiene todas las respuestas ni logra sostener siempre el equilibrio entre acción y reflexión, pero sí deja en claro una intención: llevar un relato profundamente argentino al escenario global.
Tal vez no sea la versión definitiva, pero sí una necesaria.
Como primera incursión, es digna, cuidada, y con momentos de verdadero impacto. Si logra despertar la curiosidad por volver a la obra original —o por imaginar nuevas formas de contar lo propio— entonces habrá cumplido un rol que, en estos tiempos, no es menor.