Nosotros y la decepción
Hoy sábado quiero escribir sobre la decepción. Ese latido hueco que nos invade cuando la realidad se desnuda y no es lo que se imaginaba. Pero, en ese latido, también late la responsabilidad propia. No siempre la decepción viene del otro, a veces nace de lo que no se supo, no se quiso o no se vio.
Decepción de piel y hueso, de amor traicionado, del trabajo que pesa como piedra en el alma. Se espera tanto, se invierte tanto, y la realidad, impertinente, cambia el rumbo como viento que no sabe de mapas. Y a veces, ese rumbo errado también es parte de lo que se permitió o toleró.
A veces duele
La decepción se cuela en el pecho y se instala con sus raíces de tristeza y frustración. Pero también florece ahí la reflexión. Porque la decepción no es más que el eco de un sueño que no se cumplió, y en ese eco, a veces, se oye la verdad. Y en esa verdad, surge la incómoda certeza de lo que pudo ser diferente si se hubiera hecho algo distinto.
En el amor
Cuando se confía, se abre el corazón como si nada pudiera romperlo. Y cuando el otro no cuida esa confianza, el alma se agrieta como vidrio estrellado. Pero también hay que preguntarse: ¿quién permitió esa grieta? ¿Quién decidió arriesgarse sabiendo que podía doler?
Se aprende a abrazar el valor, a reconocer que el dolor no siempre nace en uno mismo, que a veces el otro no sabe, no puede, no quiere. Y también se aprende a reconocer que el propio deseo de creer en lo mejor puede nublar la realidad. El perdón, aunque duela, es la llave que devuelve la libertad, pero también el reconocimiento de que no todo se puede controlar.
En el trabajo
El esfuerzo a veces se pierde en la rutina, en proyectos que mueren o en oportunidades que se esfuman como humo. Pero ahí está la lección: ¿cuánto de ese agotamiento se toleró por miedo a cambiar? ¿Cuántas veces se aceptó el peso como si no hubiera opción? La habilidad de reinventarse radica en aceptar que el fracaso no es más que otro modo de decir: «sigue intentando», pero también de decir: «elige mejor».
En la amistad y los sueños
Hay personas que prometen y luego se van. Sueños que parecían tan cerca y ahora están a mil kilómetros. Y está bien sentir, permitirse el duelo, pero también asumir la cuota de responsabilidad en la expectativa creada. Al final, no se controla a los otros, solo la manera de vivir con ello y de reconocer las propias ilusiones.
Al final
La decepción es prueba de que se está vivo, de que aún importa lo que pasa, lo que se es, lo que se quiere ser. Aceptar la herida y convertirla en cicatriz es elegir la vida. Porque si el corazón aún duele, es porque sigue latiendo.
Y si duele lo que no fue, también es porque, en algún punto, se dejó de actuar con la verdad propia.