¿Y canta como Gardel?

Gardel no murió.

No, al menos, en el sentido en que mueren los hombres. Su voz sigue atravesando los años como un cuchillo que parte en dos el tiempo. Nacido a finales del siglo XIX y fallecido en 1935, Carlos Gardel fue el cantor de tangos por excelencia, el hombre cuya voz de arrabal conquistó el mundo entero. Su sonrisa se quedó colgada en los balcones de Buenos Aires y, si uno afina el oído, puede escucharla en la madrugada porteña, cuando el tango llora en los adoquines.

Perón tampoco murió

Aunque su historia se volvió mito, y el mito, sombra. Militar y político argentino, nacido en 1895 y fallecido en 1974, fue presidente de Argentina en tres períodos distintos y líder del movimiento peronista, que aún sobrevive como un fantasma que atraviesa generaciones.

Desde el exilio en Madrid

No soy, ni fui peronista, siempre repito: soy un contador de historias.

Perón gobernaba un país de recuerdos. Un día, en su casa de Puerta de Hierro, llegó uno de esos argentinos que cruzaban el océano para recibir una bendición. Con ojos brillantes y la servilencia de quien espera recompensa, el visitante le anunció:

– General, encontré al próximo representante. ¡Es médico! Un cirujano del cerebro. ¡Una eminencia! Guapo, bien hablado, gomina intacta, sonrisa de Gardel. ¡Se parece a Gardel!

Perón lo escuchó con la paciencia de quien ha escuchado ya todas las estupideces del mundo. Hizo una pausa larga, de esas que separan la realidad de la ironía, y soltó la pregunta que cortó el aire como una navaja:

-¿Pero canta como Gardel?

Ese es el problema de nuestro tiempo

Abundan los que parecen Gardel, los que tienen la estampa, el peinado, la sonrisa pulida para el aplauso fácil. Pero cantar, lo que se dice cantar… Ahí está el detalle.

En Lima, mi hermano Antonio y yo hacemos el mismo ejercicio empresarial. Aparece un candidato a jefe de alguna cosa: lleno de títulos, lleno de números, lleno de palabras aprendidas de memoria. Se lo disputan los aduladores como si fuera una revelación. Y entonces preguntamos:

-¿Y canta como Gardel?

Porque en la vida, como en el tango, no basta con llevar el traje bien planchado

No basta con aparentar ni con recitar discursos que suenan a eco. Lo esencial es tener ese algo que no se aprende en la universidad ni en los pasillos del poder. Eso que hace que uno cante incluso cuando el mundo está en silencio, que desafíe la lógica con la pura autenticidad.

Quizá Perón, entre tanta traición y tanto exilio, comprendió eso

Que el arte de la vida no está en el peinado ni en el título, sino en el alma que resuena como un tango triste. Y tal vez por eso, cuando el argentino ilusionado le vendió la imagen perfecta, él solo atinó a preguntar:

-¿Pero canta como Gardel?