“Sueños y realidades”
En algún rincón de la vida cotidiana, alguien toma un papel. Es un gesto pequeño, casi insignificante. Pero en ese acto sencillo, donde la tinta traza deseos, comienza a latir una esperanza.
Escribir el deseo es amarrarlo al viento
Pero ponerle una fecha es como plantar un árbol en el horizonte: es decirle al futuro que tiene raíces. Y entonces, el deseo deja de ser humo para convertirse en un objetivo.
Pero los sueños, como las aves, no vuelan solos
Hace falta construirles un cielo de pasos pequeños, de escalones diminutos. El objetivo, entonces, se transforma en un plan: un mapa para la utopía.
El plan
Cuando se viste de sudor y constancia, cuando respira el aliento de cada día, se convierte en una realidad palpable. No es ya una promesa lejana, sino un fruto entre las manos.
Así se forjan los destinos
Con papeles que se convierten en caminos, con sueños que florecen bajo el sol de la voluntad.
Porque al final, todo comienza en el corazón
En ese rincón oculto que anhela lo imposible y que, sin permiso, abre las puertas de la duda para dejar pasar la certeza. Y cuando la certeza entra, no hay tormenta que la tumbe. Es ahí cuando el deseo se convierte en una llama que no se apaga, en un faro que guía incluso en las noches más oscuras.
La voluntad no es un río que fluye fácil
Sino una gota que perfora la piedra, una y otra vez. Es el músculo invisible que mueve el mundo, que alza las alas del que, a pesar de las caídas, sigue caminando. Porque caminar también es vencer. Y cada paso, cada pequeño logro, es una victoria que resuena como el tambor de la resistencia.
Entonces, cuando el tiempo pasa y el objetivo se vuelve historia
Uno mira hacia atrás y comprende que el verdadero triunfo no fue el destino alcanzado, sino el viaje mismo. El viaje de levantarse cada día con la certeza de que el mundo puede ser diferente.
Porque en cada línea escrita, en cada palabra pronunciada con fe, está la semilla del cambio, latiendo con fuerza en el pecho de quien nunca se rinde.