“Privilegios invisibles”

Si al despertar, tu cuerpo no se resquebraja al saludar el día

Si los huesos no cantan quejas, ni la piel se desgarra al rozar la luz, la fortuna ha besado tu nuca con sus labios tibios. Millones, en cambio, amanecen con el dolor arañándoles las entrañas, madrugador implacable que llega antes que el primer canto del gallo.

Si la guerra no ha mordido tu carne

Ni te ha dejado su firma de cicatrices en el costado; si nunca has conocido la soledad que cava túneles en la oscuridad de una celda, ni has sentido el frío de los hierros retorciéndote las venas, perteneces a un país imaginario. Quinientos millones llevan en sus espaldas historias que el viento no se atreve a repetir.

Si puedes caminar hacia el templo, la iglesia, la sinagoga o la tierra sagrada de tus ancestros

Sin que te corten las palabras al vuelo; si tus dioses no son rehenes de otros dioses, entonces eres ciudadano de una isla escasa. Tres mil millones mastican silencio como pan duro, mientras sus voces se pudren en el exilio de las gargantas.

Si tu nevera guarda más que sombras

Si la ropa no te queda como un disfraz prestado, y el techo no tiene agujeros por donde se cuelan las estrellas, entonces tienes entre las manos el mapa del tesoro que otros buscan en vano. El 75% de la humanidad junta migajas en un mundo que hornea panes de oro.

Si en tus bolsillos bailan monedas con nombre de sudor

Si el banco guarda tu esfuerzo bajo llave, y al sacudir el cajón suena una carcajada metálica, has entrado al club de los elegidos: ese 8% que acumula latidos de máquinas, ríos secos y montañas devoradas.

Si tus padres aún respiran el mismo aire que tú

Y su amor no se ha convertido en ceniza bajo el viento, eres dueño de un cuento que pocos pueden narrar sin quebrarse. La vida, caprichosa, les regala a algunos flores eternas, mientras otros recogen pétalos marchitos en el camino.

Si estas letras no son jeroglíficos mudos

Si tus ojos navegan sin naufragar entre estas líneas, eres doblemente habitante de la fiesta. Dos mil millones de miradas vagan a ciegas por el desierto del alfabeto, hambrientas de una sombra de sentido.

¿Cuánto pesa lo que tienes? ¿En qué grieta del alma escondes tanta fortuna?

No se trata de cargar culpas ajenas como mochilas de piedra, sino de saber que cada paso tuyo pisa un suelo que otros no verán jamás. Que tu existencia, cotidiana y sencilla, es un milagro prestado. Un milagro que late en las grietas de un mundo partido en dos: los que pueden leer esta página, y los que miran el papel desde el otro lado del abismo.

La conciencia no es un puñal clavado en el pecho, sino un espejo. En él, el reflejo de tus manos: vacías o llenas, pero siempre tendidas.