“El cuerpo en llamas”: los laberintos de la ira
¡El enojo, la ira, la rabieta empezó!
Siempre pensé que la bioquímica tiene mucho de poesía. Un grito estalla. En segundos, el cuerpo se vuelve campo de batalla. Las glándulas suprarrenales, como tambores de guerra, liberan cortisol: mensajero químico que incendia venas y órganos. La tormenta ha comenzado.
La tiroides, prisionera del alboroto
La glándula del cuello, maestra del ritmo vital, calla ante el caos. El cortisol, celoso tirano, le ata las manos. Sin su murmullo de hormonas, el metabolismo se arrastra, el frío se instala en los huesos, y el tiempo parece congelarse. La tiroides, oráculo silenciado, espera su liberación.
El estómago, isla sitiada
En las entrañas, la digestión se paraliza. La sangre huye de los campos fértiles del intestino hacia los músculos, soldados tensos listos para huir. El estómago, convertido en desierto, guarda su jugo ácido. La comida yace abandonada, fermentando en el exilio.
El azúcar, rebelde sin causa
El hígado traiciona: abre sus bodegas de glucosa y la derrama al torrente. La sangre se endulza, peligrosamente, como río desbordado. Las células, aturdidas por el exceso, resisten la insulina. El cuerpo, intoxicado de energía inútil, tiembla en falsa euforia.
El cerebro, navegante sin brújula
La corteza prefrontal, faro de la razón, se apaga. Las neuronas, ahogadas en cortisol, chocan como barcos en la niebla. La memoria se pierde, la creatividad se esconde, y las palabras huyen. La mente, reducida a escombros, sólo repite: sobrevivir.
El hígado, centinela exhausto
Mientras el caos reina, el hígado intenta filtrar venenos. Pero el cortisol, látigo incansable, lo distrae. Las toxinas se acumulan, sombras en rincones olvidados. El hígado, viejo alquimista, suspira: su trabajo queda a medias, como pan sin horno.
Siete horas para el regreso
La calma llega de puntillas. El cortisol, cansado de reinar, retrocede gota a gota. La tiroides desata sus hilos, el estómago vuelve a cantar, el azúcar se refugia en sus almacenes. El cerebro, lento, rearma sus naufragios. Siete horas de marcha atrás, siete lunas para sanar la tierra interna.
Epílogo: crónica de una recuperación frágil
El cuerpo recuerda: cada explosión es un terremoto que resuena en cada célula, cada ataque de ira, cada rabieta. En un mundo que glorifica la prisa y el rugido, sanar requiere más que silencio. Requiere tiempo, ese lujo negado.
Mientras, la bioquímica actua : la ira no es sólo del alma. Es cicatriz que late.