“Nosotros y el agua”

El agua no tiene nombre, pero lo recuerda todo

Fluye por las venas de la tierra como sangre transparente, y, sin embargo, la llamamos “recurso”, como si fuera cosa. Nosotros, los civilizados, la encerramos en botellas, la vendemos en supermercados, la envenenamos con nuestros miedos.

Hubo un tiempo en que el agua hablaba

Cantaba en los ríos, soñaba en las nubes, y en los charcos se miraban los niños sin otra pantalla que el cielo. Pero luego llegaron los mapas y las cercas, y entonces el agua empezó a pertenecer. Y a nosotros, que venimos del agua, se nos negó su abrazo.

La lluvia ya no moja igual

En unos lugares cae con rabia, inundando casas que apenas son techo. En otros, se ausenta por años, dejando a la tierra con la boca abierta, sedienta, rota. Y nosotros —tontos sabios— aún preguntamos por qué.

El agua escucha

Cada vez que abrimos la ducha sin pensar. Cada vez que un río se tiñe de aceite y espuma. Cada vez que alguien camina cinco kilómetros para llenar una garrafa mientras otros llenan piscinas para que …….se refresque.

El agua no tiene ejército, ni voz en la ONU, pero resiste

Brota en grietas, se filtra en la piedra, y aún en su silencio, nos recuerda: sin ella, no somos. Sin ella, los peces no saben nadar, el árbol no crece, la madre no da a luz. Y, sin embargo, aquí estamos: jugando a ser dioses con cisternas y represas, con repuestos de plástico y pozos privatizados. Hablamos del “futuro del agua” como si el futuro nos perteneciera. Como si ella nos necesitara a nosotros, y no al revés.

Nosotros y el agua

Nosotros, que venimos de mares antiguos. Nosotros, que lloramos agua, sudamos agua, orinamos agua. Nosotros, tan arrogantes, tan olvidadizos. Un día —no lejano— tal vez el agua se canse de esperarnos. Y entonces, sí. Quizá aprendamos a escucharla. Cuando ya no quede más que sed.

Cuando el agua nos nombre, pero no estemos.