“La autoestima no viste de gala”

La vanidad se disfraza de autoestima. La autoestima, la verdadera, camina descalza por los días difíciles.

El espejo no habla

Desde chicos nos enseñaron a mirarnos en el reflejo de otros. Que si estás linda, que si te queda bien, que si esa ropa te hace ver «mejor». Como si fuésemos vitrinas esperando aprobación, como si valiésemos más según el precio del perfume o el número de likes. Pero nadie nos dijo que, cuando de verdad te duele, no hay vestido que te abrace, ni maquillaje que te seque las lágrimas.

Porque cuando la vida te aprieta —y vaya que sabe hacerlo—, todo eso se vuelve humo. Y ahí aparece, o no aparece, la autoestima. La que no se compra, ni se alquila. La que se construye cuando te caés y nadie te ve. Cuando te levantás sin aplausos, con las rodillas raspadas, y aún así decís: “Sigo”.

La fiesta vacía

Hay fiestas llenas de luces y gente que ríe. Y, sin embargo, cuántas veces ahí dentro hay un alma en silencio. El brillo exterior no alcanza cuando por dentro estás apagado. Y no hay música que alcance si uno no se escucha.

Nos han vendido la autoestima como una sonrisa en Instagram, como una frase motivadora en una taza. Pero la autoestima real es otra cosa. Es ese momento en que sentís que no podés más, y sin embargo te hablás con cariño. Es cuando aceptás tu miedo, tu enojo, tu tristeza, y no te juzgás por sentir. Es cuando no necesitás disfrazarte para agradar.

En la intemperie nace el amor propio

La autoestima nace, muchas veces, en la oscuridad. En esa noche larga en que nadie llama, en que la angustia pesa como plomo. Y si en esa noche aprendés a sostenerte, aunque sea con una cuerda floja de esperanza, entonces ya empezás a quererte.

Porque ahí entendés que valés más que tu apariencia, más que tu cuenta bancaria, más que los adornos. Valés por resistir, por sentir, por no rendirte. Por no traicionarte.

Y entonces, cuando salís de esa noche con el alma arrugada pero intacta, sabés algo nuevo: que no hay vestido más bello que el coraje, ni maquillaje más honesto que la verdad con la que te mirás al espejo.

Ahí empieza todo. Ahí, y no en la fiesta.