“Lo que la alpargata sabe del esmoquin”
En el sur del continente, donde el polvo es una caricia diaria, las alpargatas no se visten, se heredan.
Son de lona y de trabajo, de tierra bajo las uñas y sol en la nuca. Las calzan los hombres que conocen el silencio del campo, las mujeres que crían con una mano y siembran con la otra. Allá, en Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil, las alpargatas caminan la pobreza con la cabeza en alto.
Pero cruzan el océano y cambian de piel
En Europa, se codean con el champán. Allá son moda de verano en las vidrieras de París, calzado de playa para cuerpos sin urgencias. Las llevan los que pueden elegir qué ponerse. Son las mismas, pero no lo son. La tela es la misma, pero no la historia.
Este texto es para quienes viven entre esas dos orillas
Para quienes saben que se puede llevar con altura la alpargata, sin necesidad de disfrazarla. Que el verdadero estilo no está en lo que cuesta el zapato, sino en cómo se pisa el suelo. Y que la dignidad, si tiene forma, bien puede ser de lona y yute.
El secreto está en la transición
No renegar del polvo cuando llega la alfombra roja. Saber que, llegado el atardecer, uno puede cambiar de ropa sin cambiar de esencia. Que el esmoquin no borra el barro, ni la alpargata impide el brillo.
Porque hay quienes caminan el día con el alma en las suelas
Y cuando la noche pide elegancia, la ofrecen sin servilismo. Son los que no bajan la mirada ni con el peón ni con el patrón. Que saben brindar sin perder la sed antigua, y bailar sin olvidar de dónde vienen los pasos.
No se trata de vestirse bien. Se trata de no desvestirse de uno mismo
Al final, quien sabe llevar alpargatas con orgullo, sabrá llevar un esmoquin sin arrodillarse. Y al revés también: el que sólo sabe lucirse bajo las luces, nunca sabrá andar bajo el sol.
Esos que se mueven entre mundos
La tierra de la siembra y el mármol del salón, son los que entienden que el lujo no está en la prenda, sino en la memoria. En no olvidarse de los pies, cuando la cabeza toca el cielo.
Porque la noche más elegante no vale nada, si no se ha caminado bien el día.