“Propuestas simples, para un día cualquiera”

Reflexiones con el alma al ras del suelo

El valor de lo que no se compra

Hay placeres que no aceptan monedas. Una charla sin apuros, una sonrisa inesperada, un instante de calma. A veces, lo más grande entra por la puerta chica de la gratuidad.

Los ojos también descansan

Mirar sin apuro. Observar a los pájaros, dejarse llevar por las formas de las nubes, por la música del agua. A veces, todo lo que el cuerpo necesita es permiso.

Hacer lo que se ama

Cuando el trabajo se convierte en expresión, ya no pesa igual. Una canción que suena mientras se escribe, una película que emociona, un libro hallado en una biblioteca ajena. Todo eso también es alimento.

El tiempo compartido es sagrado

Estar, simplemente estar, sin pantalla ni reloj. Compartir un café, una risa, un silencio. A veces, los afectos solo piden presencia y silencio.

Donde habita la paz

Vivir cerca del mar, o al menos de un árbol grande. Tener cerca un rincón verde donde el mundo se detenga un poco. Eso también es un acto de cuidado.

Escuchar lo que no hace ruido

El canto de un grillo, el perfume del pan, la caricia del viento. Esos detalles que no gritan, pero abrazan. La naturaleza no habla fuerte, pero siempre dice la verdad.

El miedo al miedo

No es el estrés, es lo que nos hacemos para no sentirlo. Negarnos ternura, exigirnos sin pausa, temer por lo que aún no sucede. Vivimos más pendientes del peligro que de la vida. Y así, la vida se va. Una caricia tambien es un antídoto.

Diez minutos de libertad

Basta un momento para recordar que se puede elegir. Apagar el ruido, buscar lo simple, regalarse un gesto amable. A veces, diez minutos cambian el día entero.

Otro ejemplo

Cantar en voz alta, aunque desafinado. Escribir sin pensar. Regar las plantas como si fuera un ritual. Jugar. Todo eso también cura.

Otro ejemplo más

Mirarse al espejo y decir “está bien”. Dormir la siesta. Caminar sin destino. Ser tierno sin motivo. Reírse solo. Bailar con sombra propia.

Epílogo: Una propuesta simple

A muchos va esto, pero sobre todo a mi amiga Bárbara, la de la Costa del Sol, guerrera sin tregua. Que sepa, por si acaso lo olvida, que el día sólo tiene 24 horas y que en la mochila de los sueños, no caben todos si se la carga sola.

Que pedir ayuda no es rendirse, sino conspirar con el tiempo. Porque lo verdadero —como la lluvia que moja sin permiso, como el pan cuando alcanza— no necesita ornamento. Necesita alma. Pausa. Coraje.

Que lo simple, cuando se lo habita con ternura y se lo defiende con pasión, puede ser semilla. Y las semillas, ya se sabe, hacen temblar imperios.