«El mal nace con nosotros… ¿o lo aprendemos?»
Las semillas del lobo
Dicen que el ser humano nace con el lobo adentro. Que apenas abre los ojos ya huele a guerra, a codicia, a grito. Que en la sangre lleva escrita la violencia como una profecía. Pero ¿quién lo escribió? ¿Dios? ¿La evolución? ¿La tribu? ¿La madre?
Los antiguos lo discutieron en cavernas, en templos y en universidades.
Hobbes (1588-1679) dijo que somos lobos para otros lobos. Rousseau (1712 – 1778) en cambio, creyó en la bondad original, arruinada por ciudades de piedra y relojes. Pero ninguno estuvo ahí, en la primera cuna, para saber qué soñaba el primer recién nacido.
Antropólogos entre ruinas
Los antropólogos cruzaron selvas, tundras y desiertos buscando la respuesta. Encontraron niños que sabían compartir antes de hablar, y otros que mordían antes de pensar. Descubrieron que el mal no tiene una sola máscara. A veces se viste de hambre, otras de poder, y casi siempre de miedo.
La cultura
Dijeron, es el espejo donde aprendemos a mirarnos. Y ese espejo puede devolvernos un monstruo o un héroe, según quién lo haya colgado en la pared. El mal no vive bajo la piel, sino en los cuentos que nos contamos sobre nosotros mismos.
Freud y sus demonios
La psicología se metió en la mente como quien abre una caja de Pandora. Freud (1856-1939) encontró deseos reprimidos, pulsiones salvajes y una conciencia que vigila con látigo. El niño, según él, no nace malo: nace desbordado, sin frenos. El mal aparece cuando la sociedad le pone puertas al campo y lo obliga a elegir entre el deseo y la culpa.
Pero otros, como Piaget (1896-1980), vieron luz en los ojos de los pequeños. Vieron empatía, justicia, ternura. Vieron humanidad sin dobleces. Como si el bien no necesitara ser enseñado, sino simplemente permitido.
El abismo
Las religiones, como relojes rotos, marcan horas distintas. El cristianismo nos culpa antes del primer llanto: pecado original, dicen. Venimos rotos y solo la gracia divina puede pegarnos de nuevo. El judaísmo y el islam, en cambio, nos ofrecen una hoja en blanco. Nacemos con tinta y papel, y cada elección va escribiendo el alma.
Al final, todas las religiones nos gritan lo mismo en distintos idiomas: eres libre, pero cuidado con lo que haces con esa libertad.
El fuego en las manos
Entonces, ¿somos malos por naturaleza? ¿O es el mundo el que nos enseña a serlo? Tal vez la pregunta está mal hecha. Tal vez no hay bondad ni maldad puras, sino fuego. Y cada uno decide si ese fuego abriga o destruye.
El niño nace con las manos abiertas, no cerradas.
Aprende a golpear cuando ya nadie le abraza.
Aprende a odiar cuando el amor se esconde.
Aprende a matar cuando el miedo es más grande que la esperanza.
Dos hermanos, dos destinos
Nacieron bajo el mismo techo, en la misma cuna. Compartieron juguetes, cuentos antes de dormir, y el mismo beso de buenas noches. Tomaron la misma sopa, lloraron en los mismos inviernos, y corrieron por los mismos patios. Sin embargo, uno terminó con bata blanca y el otro con prontuario. Uno salva vidas; el otro las arriesga. Uno reza misas; el otro escribe leyes. Uno odia los libros y ama el balón, el otro vive en bibliotecas y no sabe patear.
¿Qué pasó?
¿En qué cruce de caminos uno miró hacia la luz y el otro hacia la sombra? ¿Fue una palabra que uno escuchó y el otro no? ¿Un miedo que se quedó a vivir en uno y no en el otro? ¿Fue el ADN, ese alfabeto misterioso que nos escribe antes de hablar?
O quizás fue el azar, ese dios sin rostro que reparte cartas sin mirar a quién.
Dicen que el carácter se forja en casa, pero también se cincela en la calle, en el colegio, en los silencios, en las heridas pequeñas que nadie ve. Dos hermanos, dos destinos. No porque alguien lo escribió, sino porque cada uno tomó la pluma.
Y, aun así, la pregunta queda: ¿El mal nace con nosotros… o lo aprendemos?
Tal vez el hermano que cayó solo caminó dos pasos más lejos del abismo que ambos llevaban dentro. Tal vez el otro, el «bueno», también sintió el lobo, pero supo encadenarlo. O tal vez —y esto asusta más— ninguno es del todo malo, ni del todo bueno.
Porque el lobo no vive en uno solo. Vive en todos. Y ruge según cómo le hable el mundo.
El dilema eterno
No nacemos malos. Nacemos humanos. Frágiles, contradictorios, capaces de ternura o crueldad, según lo que el mundo nos cante en la cuna. La maldad no es un destino: es una posibilidad.
¿Y el bien?… el bien es una rebeldía.