“Si no te gusta tu vida, no busques culpables en el cielo”
El espejo roto
Si no te gusta tu vida, no busques culpables en el cielo. Mírate en el espejo. No para reprocharte, sino para entender. ¿Dónde se rompió el hilo?, ¿cuándo empezó a doler el alma? Saber en qué falla no es acusarse, es el primer acto de dignidad. Y decidir qué vas a hacer no es castigo, es liberación.
El trabajo, la pareja, el silencio
Si no te gusta tu trabajo, ¿te vas a quedar sentado contando los días que se te van como monedas que no vuelven?
Si no te gusta tu pareja, ¿seguirás interpretando el papel que ya no te cabe en la piel?
Si no haces nada, nada hará algo por ti. Las cosas no se mueven solas, hay que empujarlas.
Y si no lo haces, el tiempo te devolverá al mismo sitio. Exactamente al mismo. Como si nunca hubieras querido cambiar.
La cultura del lamento
Nos hemos vuelto virtuosos en el arte de quejarnos. Le hablamos a las paredes, a las redes, a los vientos sordos.
Pero cuando se trata de actuar, nos tiembla el alma.
Queremos un mundo distinto, pero desde el sofá. Un país nuevo, pero sin soltar el miedo. La revolución se exige, pero no se practica.
Hablar, escuchar, entender
La gente tiene que hablar, sí. Pero también escuchar. Hablar no como grito, sino como puente. Escuchar no como espera para responder, sino como acto de respeto.
Porque cuando no se habla, se inventan historias. Cuando no se escucha, se fabrican bombas. Y esas bombas, hechas de suposiciones y silencios, siempre estallan. Tarde o temprano, en la cara de todos.
Y sin embargo…
Cada cambio comienza con una pregunta. Y cada pregunta es una grieta en la pared de la costumbre.
Nadie está condenado a repetir la historia si se atreve a escribir otra. Y en esa escritura, lenta y torpe, se esconde la semilla del futuro.
Una vida no se arregla sola, pero puede florecer. Si se la riega con decisión, con palabras, con actos.
Y, sobre todo, con verdad.