“La hambruna como arma” Gaza, 2025

No son las notas que nos gusta escribir, pero hay cosas que duelen tanto que se escriben solas.

Gaza no duerme, Gaza no vive: resiste

Una franja herida, donde la infancia juega entre escombros y las madres tapan el pecho vacío con llanto seco. El pan se volvió recuerdo, el agua un lujo, la risa un acto de fe. No hay tregua para quienes no importan, no hay cámara para el silencio.

Desde el cielo caen los drones, pero también cae el olvido, más pesado, más cruel. No sangra la tierra, sangra su gente. Los que no lloran porque ya lloraron todo. Los que aún abrazan aunque ya no haya cuerpos. Gaza grita, y no la oyen. Porque en este mundo el dolor necesita micrófono para dolerle al resto. Y Gaza, tan pequeña, tan sola, apenas tiene voz. Pero existe. Y por eso hay que escribirla.

Las madres no pueden dar de mamar, porque no comen

Los niños no lloran, porque no tienen fuerzas. Gaza, esa franja de tierra cercada por mar, drones y olvido, agoniza. No en los titulares principales, no en la voz urgente de los gobiernos poderosos, sino en silencio, a la sombra del espectáculo. Allí donde las bombas no caen, cae el hambre.

La comida no entra. El agua no fluye

La electricidad es un lujo de antes. Las medicinas son contrabando de esperanza. En medio de ruinas calientes por el fuego, la gente se muere como quien no importa, como si fueran otra especie.

El 93% de la población sufre inseguridad alimentaria severa. Doscientas cuarenta mil personas, según la ONU, se encuentran al borde de la hambruna total. Detrás de cada cifra, un rostro: una abuela, una hija, un niño que soñaba con ser arquero o maestra o simplemente grande.

La máquina de la desmemoria

Algunos dicen que es culpa de los otros, de los que dispararon primero, de los que no aceptan convivir. Pero ¿quién acepta vivir sin casa, sin tierra, sin aire limpio? ¿Quién acepta ser blanco de castigo colectivo por crímenes que no cometió?

Esta guerra —si así se le puede llamar a una masacre unilateral— no distingue entre combatiente y civil. Porque ya no quedan refugios. Porque ya no hay hospitales. Porque hasta la ayuda humanitaria es sospechosa.

Los grandes del mundo pronuncian discursos suaves como sus trajes

Se lamentan. Se preocupan. Pero no detienen nada. Callan, como callaron cuando los trenes a Auschwitz iban llenos y nadie quería ver. Como callaron cuando volaban cuerpos en los vuelos de la muerte en Argentina.

Como callaron cuando Ruanda se desangraba a machete limpio. Y como entonces, el horror se vuelve rutina. La indignación se vuelve costumbre. Y el crimen se vuelve política exterior.

No todo es uno

No se confunda la denuncia con el odio. Esto no es contra el pueblo judío, que ha sabido del exilio, del miedo, de la persecución. Esto es contra el gobierno que hoy, en nombre de la seguridad, borra barrios enteros del mapa.

Contra quienes lo apoyan, lo financian, lo justifican. No se puede invocar el pasado para legitimar el presente, ni escudarse en el dolor para causar más.

Hay voces judías que se rebelan, que gritan “no en mi nombre”

Hay manos que se niegan a empuñar el fusil y el bulldozer. Que recuerdan que ser víctima no habilita a ser verdugo. Pero esas voces también son silenciadas, también son perseguidas.

Ni de un lado, ni del otro

No estamos con la guerrilla y el terror. No con los secuestros, ni los cohetes, ni el fanatismo. Pero tampoco estamos con los tanques, los bloqueos, las bombas que se venden con descuentos por volumen.

Estamos con los que no tienen nada, salvo miedo. Estamos con los que no tienen voz, salvo para pedir pan. Estamos con los cuerpos mutilados por una guerra que les impusieron y por una paz que nunca llegó.

Porque no hay proporcionalidad cuando un ejército arrasa una ciudad para buscar a unos pocos. No hay defensa legítima cuando el resultado es un cementerio de niños. No hay ética cuando el hambre se convierte en estrategia.

¿Quién cuenta los cuerpos?

El mundo se entretiene. El algoritmo decide qué vidas duelen. Gaza se consume. No hay Netflix, no hay likes, no hay trending topic para la muerte lenta.

Pero cada vez que un ser humano muere por el olvido, todos morimos un poco. Y cada vez que una boca en Gaza se queda sin pan, se rompe otro ladrillo en el muro de nuestra humanidad.

Porque el silencio es cómplice.

Porque la neutralidad favorece al opresor. Y porque mirar para otro lado —una vez más— es permitir que la historia se repita, como farsa, como tragedia, como costumbre.