“Dicen que el tiempo vuela”

Pero no es el tiempo el que vuela. Volamos nosotros. Apurados. Exigidos. Corriendo detrás de cosas que no nos esperan. Diciendo “sí” con la boca y “no” con el alma.

Nos enseñaron a decir que sí

Porque decir que sí es ser buenos. Obedientes.  Responsables. Educados. Pero nadie nos dijo que cada “sí” que damos, puede ser un “no” a los que amamos. Un “no” a los amigos, un “no” a la calma, un “no” a nosotros mismos.

Y así vamos

Llenos de agendas. Llenos de tareas. Llenos de ruido. Y a la vez, vacíos de vida. Nos vamos desgastando, respondiendo a todo… menos a nosotros.

Respondemos correos

Mensajes. Pedidos. Demandas. Voces que no son la nuestra. Y mientras tanto, la voz interior se va apagando, como una vela olvidada en una iglesia sin santos.

Decimos: “es solo por ahora”

Pero él ahora se repite. Él ahora se acostumbra. Y el hábito se vuelve ley. Y la ley, prisión.

¿A quién le estamos diciendo que sí?

¿Quién se lleva el tiempo que era para abrazar sin apuro? ¿Quién nos cambia la risa por cansancio, la mirada por pantallas, la ternura por agenda?

Algunos le llaman madurez

Otros, resignación. Pero no es ninguna de las dos. Es olvido. Olvidamos preguntarnos qué necesitamos. Olvidamos que lo importante no siempre grita. A veces susurra. Y si no escuchamos… se va.

He decidido parar

Sentarme. Escuchar. A veces en silencio. A veces con música. Pero siempre conmigo. Preguntarme: ¿A qué quiero decir que sí, de verdad? ¿Qué merece mi tiempo? ¿Qué es importante ahora, en este instante del camino?

Dicen que somos lo que hacemos cada día

Pero también somos lo que dejamos de hacer por cuidar lo que amamos. Somos las pausas que tomamos, los abrazos que no apuramos, las promesas que cumplimos con nosotros.

El tiempo no vuela

Lo hacemos volar nosotros cuando olvidamos lo esencial: Vivir no es solo avanzar.

Es también detenerse, mirar, sentir, y decidir, con el alma, en qué sí y en qué no gastamos la vida.