El A, B, C de la gastronomía italiana
10 cosas que un turista jamás debe hacer en «la bella Italia» para no hacer el ridículo (especialmente con la comida) Lo cuenta: Omar Romano Sforza, indignado, hambriento y felizmente italiano
Pedir capuchino después del almuerzo:
No, caro turista, no. El capuchino es para el desayuno, punto y basta. Si lo pedís después de un plato de pasta, los camareros se van a mirar entre ellos, tipo: “¿es un chiste?”. Si queréis café, pedí un espresso, que además te va a mantener más digno que esa sopa de leche con espuma.
Pedir pizza un miércoles a la mañana
La pizza se come siempre, claro que sí, pero hay una liturgia: la noche del domingo es sagrada. Después de un fin de semana largo de pasta y sobremesa, el domingo a la noche… ¡pizza! Y no sola: viene con su noble acompañante, la ensalada. Si estás en una casa italiana y no hay ensalada con la pizza, llama a emergencias.
Cortar el spaghetti con cuchillo
Amigo, te lo pido como descendiente de etruscos: no cortes el spaghetti. Se enrollan con arte y muñeca. Si te cuesta, entrena. Nadie nace sabiendo, pero cortar los fideos es un escándalo equivalente para cantarle reggaetón a la Fontana di Trevi.
Insisto con vehemencia, pasión y un poco de histeria culinaria: a la pasta con mariscos —ya sea a la vongole, a la escollera o a la sirenita jubilada— NO se le pone queso parmesano. Hacerlo es como echarle kétchup a un filete wagyu o invitar a tu suegra a la luna de miel. Abstente… y evitarás ser extraditado por crímenes de guerra gastronómica.
Decir que la pasta está «muy dura»
¡Claro que está al dente! Así tiene que ser. Ni papilla ni engrudo. La pasta italiana resiste el diente porque así se siente, se mastica, se ama. Si queréis una pasta que se deshace sola, compra una lata y resuélvelo en casa. Pero en Italia, la cocción es cosa seria.
Pedir kétchup. Para cualquier cosa
Lo repito porque me duele. No le pongas kétchup ni a la pasta, ni a la pizza, ni al alma. Italia tiene más de 400 salsas distintas y ninguna incluye ese menjunje rojo. Si pedís kétchup, los antepasados del camarero van a girar en sus tumbas. Todos. Incluso los etruscos.
Ignorar que el gelato es una experiencia religiosa
No es postre, es rito. Y si viene con macedonia (fruta fresca cortada como los dioses mandan), más todavía. El Dios del helado nació en Italia y exige que su templo —la heladería— sea honrado. Nada de comerlo caminando distraído. Sentarte, mira la vida pasar, y rendirle culto con cada cucharada.
Confundir trattoria con ristorante
La trattoria es simple, deliciosa, sin pompas. Si te sentís esperando 18 tipos de agua con burbujas francesas y un camarero con moño, te equivocaste de puerta. A la trattoria se va con el estómago vacío y el corazón abierto.
Pedir pasta y segundo plato al mismo tiempo
En Italia no se mezclan los tiempos como si fuera un bufé de aeropuerto. Primero el primo piatto (pasta, risotto, sopa), después el secondo (carne, pescado, verdura). Si lo pedís todo junto, vas a descolocar al camarero y traicionar siglos de civilización.
Menospreciar la ensalada
No sabéis lo que es sentarte en una plaza, bajo la sombra de una higuera, y comer una ensalada fresca con aceite de oliva que huele a campo y a sol. Si hace calor —y en Italia suele hacer mucho—, una ensalada y un agua mineral fría son una bendición. Te lo dice un hombre que ha sobrevivido veranos en Sicilia.
Comer apurado
No se come para llenar un tanque. Se come para vivere. Si estás contando los minutos entre bocado y bocado, no entendiste nada. El almuerzo es largo, la sobremesa es eterna, y el café… el café es el final de un poema. Si estás apurado, tomate un avión. O un calmante.
Epílogo:
Italia te abraza, pero exige respeto.
Ven con ganas, con ojos abiertos y panza disponible.
Acá comemos para celebrar, no para sobrevivir.
Si seguís estas reglas, te van a amar.
¡Y si no… bueno, al menos que no te sorprenda si alguien te grita “sacrilegio!» mientras le pones kétchup a la carbonara. Te lo dije con amor.