Historias: “el arte de contar y escucharse”

“Éramos voz antes que logos”

Cuando no existían empresas ni marcas. Cuando la palabra “psicólogo” aún dormía en el futuro. Cuando el mundo era apenas un círculo de cuerpos junto a una hoguera. Ya entonces éramos contadores de historias.

El fuego no solo calentaba las manos: iluminaba los rostros, sí, pero también los miedos, los sueños, las preguntas. Y en ese vaivén de brasas, nacía la narración. Hoy le llaman storytelling, como si fuera una novedad importada.

Pero no: contar historias es tan viejo como el fuego, y tan necesario como el pan.

“La historia nos habita”

Una historia bien dicha no solo se entiende: se siente. Entra por los oídos y se queda latiendo en el pecho. Nos arranca una risa, una lágrima, o un “yo también”. Nos hace humanos otra vez. Escuchar una historia es practicar la empatía. Contarla, es entregarse. Porque quien narra comparte más que hechos: ofrece su piel, su memoria, su voz.

“Hablar para vivir”

Una entrevista de trabajo no es un formulario: es un relato. Una charla con un amigo no es un dato: es una escena. Liderar un equipo es también ser su narrador: saber tejer los hilos que hacen sentido. El storytelling no es un truco: es un arte. Y como todo arte, necesita alma.

“Contar como quien canta”

Narrar es como contar un chiste: si no sabes cómo empieza ni cómo termina, no hay risa que sobreviva. El principio y el final son como dos orillas. En el medio, uno puede bailar. Pero sin orillas, no hay río.

“Cuentos de verdad”

No hablemos solo de hechos. Que hablen los relatos. No importa si se escriben, si se dicen en voz baja, si vuelan en WhatsApp o duermen entre páginas. Que hablen de nosotros, para que, al hablar, nos escuchemos. Que sean de verdad. Sin maquillaje. Con barro en los pies, si hace falta.

“Escuchar como cuando éramos niños”

Buscar a los buenos narradores. Sentarse cerca. Callar. Escuchar con los oídos, pero también con los ojos. Con la piel. Con el cuerpo entero. Como antes. Como siempre.

Epílogo: “El fuego sigue encendido”

El mundo está lleno de llamas. Pero no todo fuego abriga. Hay fuegos que devoran, hay fuegos que ciegan, y hay fuegos —los más humildes— que se encienden en una palabra y viajan de boca en boca, como panes recién horneados.

Volvamos al origen: a las historias contadas junto al fogón, cuando escuchar era un acto de amor y contar, un modo de no morir.

Porque quizá, solo quizá, contar historias: sea la manera más antigua, y más humana, de volver a tocarnos el alma sin pedir permiso.

No se trata de hablar mucho, sino de decir justo lo que arde. Una frase basta, si es verdad. Una chispa basta, si hay madera seca esperando.

Leamos con hambre, escuchemos con sed. Que solo quien entiende puede explicar, y solo quien siente puede conmover.

Y cuando volvamos a contar una historia, hagámoslo con la llama viva en los ojos. Porque solo así, solo entonces, el fuego sigue encendido.