Diez postales de la conciencia
«Dicen que la conciencia no se ve, pero todos la sienten ( y muchos la niegan).”
No se compra ni se vende, aunque a veces parezca en oferta. No grita en las plazas, pero tiembla en las camas. Aparece sin que la llamen y se esconde cuando más se la necesita. Nadie la ha dibujado. Nadie la ha tocado. Pero cuando duele, el cuerpo entero lo sabe. Y cuando calla, el mundo entero lo paga.
Estas no son verdades. Son heridas con forma de palabras. Diez pequeñas luces para mirar hacia adentro. Diez espejos rotos en los que aún se puede ver algo verdadero.
- El espejo que no miente:
La conciencia es el único espejo que no se empaña. Puede ocultarse entre las sombras, pero no olvida. Cuando todos aplauden, ella a veces calla. Y ese silencio pesa más que todos los gritos.
- Memoria sin fecha
Recuerda cosas que nadie le enseñó. Una mirada esquiva, una injusticia leve, una puerta cerrada de golpe… todo lo anota, sin tinta ni papel. Y lo revive, justo cuando uno cree haberlo olvidado.
- El huésped incómodo
No siempre es bienvenida. Irrumpe en las fiestas, en las transacciones, en los acuerdos con uno mismo. Pregunta lo que no queremos responder. Y cuando no responde, duele aún más.
- El susurro en la noche
No habla en voz alta. No le gusta el ruido. Espera el silencio, la oscuridad, la soledad. Entonces se atreve. A veces susurra verdades. A veces, preguntas que no tienen respuesta.
- El animal que se sabe animal
Somos la especie que se sabe mortal. Que sueña, que duda, que teme. La conciencia no nos hace mejores, sólo más conscientes de nuestras heridas. Y eso ya es bastante.
- La cárcel y la llave
Puede ser condena o redención. Nos encierra en la culpa o nos libera con una decisión. Depende del día, del valor, del pasado. Y del coraje de mirarla a los ojos.
- El juez sin tribunal
No lleva toga ni martillo. No necesita testigos. Sentencia en el corazón, en las tripas, en los huesos. Y no acepta sobornos. Ni promesas.
- El eco del otro
La conciencia no es sólo lo que uno piensa. Es también lo que le duele al otro. Es el eco de un niño que llora en otro país. Es la piedra que alguien pisa lejos, pero que igual sentimos en el alma.
- La cicatriz que avisa
No cura, pero avisa. Como la piel que duele cuando cambia el clima. Como los recuerdos que revientan en los aniversarios. La conciencia no olvida. Sólo espera que uno aprenda.
- El fuego que no quema
Arde sin cenizas. Ilumina sin cegar. Es una llama interior que no pide permiso. Puede apagarse, sí. Pero incluso apagada, deja brasas que un día pueden volver a encendernos.
Epílogo
-La conciencia no cambia el mundo. Pero cambia a quien lo habita. Y eso, a veces, es el comienzo de todo.
-No hay mapa para ella. Ni brújula que no tiemble cuando se la menciona.
-Es una voz antigua que viaja en los huesos. Un faro encendido incluso cuando uno camina con los ojos cerrados.
-Tal vez no sepamos qué es ser conscientes. Pero sabemos cuándo no lo somos. Y ahí, justo ahí, empieza la lucha más humana de todas.
La que nadie ve. La que nadie aplaude. Pero sin la cual, no hay mañana que valga la pena.