“No te duermas todavía…no apagues la luz.”

El espejo antes del sueño

Hoy te propongo algo: antes de dormir, no apagues la luz del todo. Que quede una chispa encendida en la memoria. Que no se duerma el día sin que vos lo mires a los ojos. Preguntate: ¿hice lo que debía?, ¿fui quién soy?, ¿me traicioné? Tal vez no tengamos todas las respuestas, pero el silencio de la noche pide preguntas.

Cada día, un capítulo con errores y aciertos

Dicen que cada día escribe una página. Pero no es cierto. No la escribe solo. Nosotros le dictamos. Con lo que decimos, con lo que callamos. Con lo que hacemos y también con lo que no. Al final del día, no se trata de juzgarse, sino de releerse. ¿Fuiste justo? ¿Fuiste honesto? ¿O escribiste con la tinta del miedo, del apuro, del “me da lo mismo”?

La sonrisa

¿Hoy sonreíste de verdad o te escondiste detrás de la mueca? Ser amable en este mundo no es un gesto menor, es un acto de resistencia. No se trata de agradar: se trata de no endurecerse. Ser amable cuando todo empuja a ser indiferente es como plantar una flor en medio del desierto. No cambia el mundo, pero cambia algo. Y eso ya es mucho.

Los hilos invisibles

Hay cosas que no pesan, pero sostienen. Un saludo, una llamada, una palabra que no cuesta nada y sin embargo lo vale todo. ¿Hace cuánto no le decís a alguien “te extraño”? ¿Hace cuánto no agradecés? La gente no es eterna, y el cariño tampoco si no se riega. Los vínculos no mueren de golpe: se apagan de a poco, como las brasas que no se soplan.

Perdonar es soltar la cuerda

Y sí, también está el perdón. Ese bicho difícil. A veces creemos que perdonar es rendirse. Y es lo contrario. Perdonar es dejar de estar atado. Perdonarse, también. Porque si no nos soltamos, ¿cómo vamos a caminar? El rencor es una cadena que uno mismo se pone. Y después se pregunta por qué le duele tanto avanzar.

¿Si esta noche fuera la última?

No es para asustarse. No hay sombras detrás de esta pregunta, solo una vela encendida. Imaginá —solo por un momento— que esta noche no despertás. No porque sea una amenaza, sino porque es posible. Como todo lo vivo. Como todo lo frágil. Como nosotros.

¿Te despediste de quienes amás? ¿Les dijiste lo que sentís, o lo guardaste en un rincón que decís abrir “cuando haya tiempo”? ¿Estás en paz con lo importante, incluso con lo que dolió? ¿Te animaste a hablar con el corazón, aunque temblara la voz?

Vivimos postergando verdades, creyendo que tenemos más tardes, más abrazos, más cafés.  Pero a veces no. Y eso no es trágico, es real. Por eso, vale preguntarse: ¿dijiste suficientes “te quiero”? ¿Dejaste en claro ese “estoy orgulloso de vos”? Porque el amor no dicho pesa más que el amor perdido.

Y no se trata de vivir apurados por despedirse. Se trata de vivir despiertos. Presentes. Que cada noche, si fuera la última, no te agarre con la garganta cerrada ni el alma llena de pendientes. Vivamos como si cada día pudiera ser el último… no por miedo, sino por amor. Porque lo esencial merece ser dicho a tiempo. Y a veces, el tiempo es ahora.

Epílogo: Antes de cerrar los ojos

-Antes de que el sueño te tome, revisá tu día. No como juez, sino como aprendiz.

-Tal vez no fue un gran día, pero fue tuyo. ¿Estás en paz con él? ¿Con vos?

-Hacé las paces si hace falta. Pedí perdón si lo sentís. Agradecé si te nació.

«Porque la noche no siempre espera, y el alma agradece cuando uno no se duerme con las cuentas pendientes»