«Lo que no se dijo»
Patricia se sentó en el borde del sillón como si no quisiera dejar huella. Roberto, en cambio, se desparramó como siempre: dueño del espacio, del silencio, del tiempo.
El terapeuta los miró como quien mira una vieja foto rota en dos. —¿Por qué están aquí? —preguntó sin levantar la voz. Patricia bajó la mirada. Roberto se encogió de hombros.
El lenguaje roto
Hablaron. O intentaron. Patricia hablaba como quien lanza botellas al mar. Roberto escuchaba como quien revisa el celular en misa. Él decía que ella exageraba todo. Ella decía que él no decía nada. Años atrás, se reían hasta en los entierros.
Ahora, un suspiro de más podía incendiar la casa. La casa tenía un eco extraño: el eco de lo que no se dijo.
El otro cuerpo
Un día, Patricia olió un perfume en su camisa. No era el suyo. Roberto dijo que era del colectivo. Patricia no preguntó más. Roberto no explicó más. Luego aparecieron risas sospechosas en el celular, mensajes borrados, y noches que se alargaban en oficinas vacías.
La confianza, que era un puente colgante, empezó a crujir. Y aunque nunca se cayó del todo, nadie volvió a cruzarlo.
Los números fríos
La cuenta del banco temblaba más que la relación. Ella decía que él gastaba en caprichos. Él decía que ella compraba vacíos. Ambos tenían razón. No era solo el dinero. Era el miedo: el miedo a no tener, el miedo a no poder, el miedo a depender.
Una pausa, una pregunta
Ese día, mientras hablaban frente al terapeuta, Patricia pensó en su hermana, en su amiga de toda la vida, en su madre. Pensó en todas las conversaciones que nunca tuvieron.
Pensó en las palabras que se atragantan, en las disculpas que no se dicen, en los abrazos que no se piden.
Y se preguntó: ¿Por qué la gente no puede hablar?
¿Por qué los amigos se alejan por un malentendido que nadie quiso aclarar? ¿Por qué las familias se quiebran en cenas silenciosas? ¿Por qué callamos justo lo que más necesita ser dicho? Tal vez porque hablar es arriesgar. Arriesgarse a ser visto, a ser herido, a no ser entendido. Y el silencio, aunque duela, se siente más seguro.
El final (o el principio)
El terapeuta escuchó todo, en silencio. Como quien oye un poema en ruinas.
—¿Quieren separarse? —preguntó.
Roberto miró a Patricia. Patricia miró la ventana. Y en ese segundo, hubo un milagro: ambos dijeron la verdad al mismo tiempo.
—No quiero seguir así.
No dijeron «no quiero seguir contigo». No todavía. Y en ese matiz vivía la esperanza.
No se divorciaron ese día. Tampoco se reconciliaron. Pero por primera vez, hablaron. Y lo dicho pesó menos que todo lo no dicho.
Tal vez el amor no muere por infidelidad o por deudas, sino por falta de aire.
Y ese día, ellos abrieron una rendija, para un final abierto