Los que sufren de verdad están solos
“Crónica impresentable para este 2025 que aplaude con una sola mano”
La felicidad y otros cuentos mal contados
Dicen que la felicidad está a un solo paso. Qué consuelo tan perverso. Un solo paso después de pagar el alquiler, sobrevivir al presidente de turno, bancar la obra social, la cuota del celular, la terapia que apenas alcanzás y el gimnasio que nunca pisás. ¿Querés delivery? Pedilo, porque hervir un huevo te llevaría media hora que no tenés.
También nos dicen que “éramos felices y no lo sabíamos”. ¿De verdad? Con sueldos de miseria, ansiedad en cuotas y una fatiga que no se quita ni durmiendo tres días seguidos.
No éramos felices: estábamos anestesiados.
Entre contingencias y catástrofes
Hay dramas que no entran en stories. Un matrimonio duerme por turnos desde hace meses para cuidar a su hija de seis años, con una enfermedad sin nombre. Pepe y Diana aún no logran pronunciar el nombre de su hijo sin quebrarse. Juan y Laura sostienen la espada contra lo que invade a su hija como pueden.
Ahí no hay espacio para «vibrar alto». Ni frases cursis. Ahí hay dolor puro. Y mientras tanto, vos perdés el tren, el Wi-Fi, el horario del Zoom. Ellos perdieron un hijo, o luchan para que no se vaya. ¿De verdad están en el mismo plano?
No, no todo lo que incomoda es tragedia. No todo lo que molesta es un drama. Nos hemos vuelto expertos en exagerar contingencias mientras ignoramos los verdaderos infiernos ajenos.
El manual que nunca pedimos
Nos vendieron un instructivo: estudiá, casate, trabajá, progresá. Si no encajás, el problema sos vos. Lo hiciste todo. Y sin embargo… hay un zumbido. Un vacío que no se calla con aumentos de sueldo ni televisores gigantes.
La fórmula estaba mal. Y en el fondo, lo sabías. La sospechosa discreción de la felicidad La felicidad real no postea, no se mide, no vende. No tiene eslogan. Tal vez es dormir bien. Estar en paz. No odiar a nadie. Reírse sin pedir permiso. Y eso, hoy, es casi revolucionario.
Epílogo sin cierre: cuando el dolor también respira
La vida no es esa historia editada que publicás. Es más bien un documental sin filtros. Sin cortes. Con belleza, sí, pero también con golpes que no avisan y que no piden permiso.
Y cuando llega el golpe, lo primero que hacés es mirarte. Ver cuánto sangrás. Cuánto te duele. Cuánto podés aguantar. Lo demás, que espere. Que se hunda si quiere. Salvarte vos. Eso es lo único real.
Después vienen las excusas. Los discursos. El «no sabía», el «hice lo que pude». Pero en el fondo sabés que elegiste correr. Porque es más fácil mirar tu herida que sostener la del otro.
Tal vez la felicidad no esté “a un paso”. Tal vez ni siquiera exista. Tal vez solo sea una distracción que inventamos para no ver cómo se desmorona todo. Y sin embargo, ahí estamos. Sobreviviendo. Respirando. Fingiendo compañía mientras cada quien se ocupa de su propio incendio.
A veces, en un descuido, sentís el dolor del otro como un eco. Pero es tarde. Siempre es tarde. Y no alcanza. La empatía no salva a nadie. Y quizás —solo quizás— la felicidad no sea reír ni llorar acompañado. Quizás sea dejar de esperar algo del otro. Asumir que este dolor es tuyo. Que estás solo. Que lo estuviste siempre.
¿Será eso? ¿O será que seguimos caminando solo para no caer de frente en esa verdad?