¿Una especie en riesgo de extinción?
Mirá vos. Ahora resulta que lo que está en peligro de extinción no son los yaguaretés, ni los VHS, sino nosotros: los que crecimos con olor a tuco, cassettes enrulados con birome y rodillas despellejadas.
La cocina con alma: En casa no se hablaba de «cocina de autor». Mi vieja te metía amor en el tuco, y si te quedabas con hambre, te daba una rodaja de pan para hacer rafting en la salsa. Microondas había, sí… en la tele, cuando salía «Perdidos en el espacio».
El viento como cómplice: Andábamos en bicicleta sin casco, sin GPS, y sin app que contara las calorías. Si volvías transpirado y con olor a pasto, era señal de un día glorioso. El viento te peinaba… o te despeinaba. Igual daba.
El tirón pedagógico: No existía el “espacio de diálogo”. Existía el tirón de orejas con cariño, que te dejaba la cara de costado, sí, pero también una brújula moral bien calibrada.
Dos canales, mil historias: Con dos canales veíamos más que con Netflix. Había suspenso cuando tu viejo decía “¡no cambies que estoy viendo eso!”, y vos ya habías girado la perilla. Ahí empezaba el verdadero reality.
Cassettes, bolígrafos y paciencia: Hoy la gente se queja si el WiFi tarda dos segundos. Nosotros rebobinábamos con una BIC, como quien afila la esperanza. Y encima agradecíamos.
Domingos sin prisa: El domingo era sagrado: misa, pastas y siesta. Nadie hablaba de “burnout”. Si alguien decía que estaba quemado, era porque se había quedado dormido al sol.
La maestra, esa heroína: Te enseñaba a leer, a escribir y a no hacerte el vivo. No te hablaba de “inteligencia emocional”, pero sabías cuándo te estabas pasando de la raya. Y te volvías solo.
Policía de confianza: El cana del barrio te saludaba, conocía a tu viejo y al perro del vecino. Hoy, si te para un policía, lo primero que hacés es buscar testigos.
Políticos imperfectos, esperanza intacta: Mi vieja decía “robaban, pero hacían”. Era como resignarse con dignidad. Como elegir entre un mate lavado y uno con yuyo sospechoso. Pero el mate se tomaba igual.
Jabón, respeto y otras pedagogías: Si decías una mala palabra, te lavaban la boca. Y aprendías que el idioma tiene filo. Hoy se arma una carta documento por decir «tarado» en un grupo de WhatsApp.
Banca con rostro humano: El gerente te conocía, te preguntaba por el nene y te fiaba el préstamo como quien te presta azúcar. Hoy te niegan una tarjeta si tu horóscopo no es confiable.
Vacaciones sin WiFi: Irse de vacaciones era ir a lo de la tía Pochi en Lanús. No había WiFi, ni pileta climatizada. Pero había sobremesa, mosquitos y partidas eternas de chinchón.
Epílogo (o cómo no extinguirse en el intento):
No se trata de vivir en el pasado como si fuera un club de fans del radiograbador. Pero tampoco de correr tan rápido que no podamos ver al de al lado.
La especie en extinción no es el Homo Sapiens. Es el Homo Charla con el otro sin mirar el celular. El Homo abraza sin emoji. El Homo se ensucia, se raspa, se ríe y comparte.
Así que si todavía guardás algo de eso –aunque sea una birome metida en una caja de cassettes viejos–, no lo tires. Mostráselo a tus pibes. Que sepan que hubo una vez un mundo sin filtros… pero con mucho sabor.
Ni mejor, ni peor. Muy diferente.