La Caja Negra de los impuestos

En un país donde la ley se escribe con tinta invisible para los poderosos, un juzgado ha osado levantar la alfombra. Allí, entre papeles bien redactados y favores mejor pagados, se “habría tejido una red de influencias digna de los mejores bordadores del poder”.  Dicen que ciertas leyes no nacieron del Parlamento, sino de cómodos sillones con vistas al beneficio. Las empresas, agradecidas, siempre dejan propinas. Y así, mientras el pueblo paga impuestos, otros los diseñan para que les devuelvan el doble.

Qué talento.

Los tributos del látigo

Desde que el primer imperio levantó sus piedras con manos ajenas, los impuestos nacieron con grilletes. No fueron invento del consenso, sino del castigo. En Egipto, los cobraban con látigo; en Roma, con lanza; en América, con cruz y pólvora. Los impuestos no surgieron para compartir, sino para someter. Eran el precio de respirar en tierra ajena, la cuota obligada por vivir bajo el amo.

Como advirtió Adam Smith, padre del liberalismo económico: “Todo impuesto es una señal de servidumbre”. Con el tiempo, cambiaron las cadenas por sellos, los capataces por burócratas, y el látigo por formularios. Pero la esencia sigue: unos mandan, otros pagan. ¿Solidaridad fiscal? Hermosa excusa. ¿Justicia redistributiva? A veces. Pero en el fondo, la historia grita lo mismo que ayer: “Esto es para el bien común”, aunque el común, pocas veces, vea el bien.

Y así, siglo tras siglo, seguimos tributando. Ya no por miedo al verdugo, sino por miedo al sistema, que con rostro amable nos dice: “Colabora… o te embargamos la casa”. Como dijo Frédéric Bastiat: “El Estado es la gran ficción mediante la cual todos intentan vivir a costa de todos los demás”.

Destino desconocido. Gracias por su paciencia

Todos conocen la Caja Negra de los aviones. Ese artefacto indestructible que guarda el registro de lo que pasó antes de la catástrofe. Pero, en este vuelo llamado “sociedad moderna”, ¿dónde está la Caja Negra de los impuestos?

Cada mes, millones de ciudadanos en todo el mundo entregan religiosamente parte de su salario al Estado, en nombre del progreso, el bienestar común y la infraestructura que nunca llega. Se nos promete educación, salud, caminos, justicia. Pero lo que llega, muchas veces, es un bache con WiFi o una “consultoría” millonaria a nombre del cuñado del director de compras.

Como ironizaba Milton Friedman: “Nada es tan permanente como un programa gubernamental temporal”. Lo que comienza como inversión, suele acabar como gasto hundido.

Errores sistemáticos, consecuencias difusas

Del norte al sur, el fenómeno es global: se pagan impuestos, se gasta el dinero, pero nadie sabe bien en qué. En algunos países se disfraza con lenguaje técnico: “reasignación presupuestaria”, “gasto extrapolable”, “inversión plurianual”. En otros, el disfraz ni siquiera se intenta.

El economista Thomas Sowell lo resumió así: “Preguntar qué parte del dinero público se desperdicia es como preguntar cuánta agua se moja”. Cuando colapsa un puente, nadie sabe qué falló. Pero cuando te atrasás en pagar un impuesto, ahí sí funciona todo.

Una transparencia opaca (y cara)

En teoría, los gobiernos apuestan por la transparencia. En la práctica, los portales fiscales están diseñados para confundir, no para informar. PDFs ilegibles, cifras sin contexto, opacidad profesionalizada.

“El arte de la política fiscal no está en recaudar mucho, sino en que la gente no se dé cuenta de cuánto le quitan”, dijo John Maynard Keynes. Y vaya si lo han perfeccionado.

Caja Negra sin datos y con sobreprecio

La verdadera Caja Negra de los impuestos no está en una oficina pública. Está en las promesas incumplidas, en hospitales sin insumos, en planillas maquilladas y en evasores de cuello blanco.

Joseph Stiglitz, Nobel de Economía, lo advirtió: “Cuando el sistema fiscal pierde legitimidad, se quiebra el contrato social”. Porque no se trata solo de cobrar: se trata de devolver. Y eso, cada vez más, parece opcional.

Epílogo: Gracias por contribuir a su propia incertidumbre

Así seguimos, como buenos contribuyentes. Protestar cansa, entender cansa más. El imperio cambió de nombre, pero no de mañas. Antes te cobraban por no morir. Hoy te cobran por existir.

¿Y qué dice la Real Academia Española sobre “impuesto”? “Tributo que se exige en función de la capacidad económica de los obligados a su pago.”

Ludwig von Mises dejó una frase final para pensar: “El impuesto progresivo sobre la renta es la herramienta preferida de quienes quieren destruir la sociedad libre”. Porque exigir no es invitar. Y cuando el deber fiscal supera al deber ético del Estado, no hay equidad: solo resignación.

Algo habrá que hacer, ¿no? Porque si no se exige equidad con la misma fuerza con la que se exige tributo, el sistema seguirá funcionando… pero solo para los que lo diseñaron.