¿Adónde va la ropa que no se vende?

Y un día, sin nada en especial, me hice una pregunta: ¿Adónde va la ropa que no se vende?

Esa que nadie quiso, que no encontró cuerpo que la use, ni noche que la estrene. Esa ropa fabricada en China, en Vietnam, en la India, en talleres sin ventanas donde la jornada no tiene fin, donde la aguja no cose telas, cose silencio. Donde los botones no abrochan elegancia, sino la eternidad del trabajo esclavo.

El viaje de la ropa sin destino

No todas las prendas llegan al ropero. Algunas nacen condenadas al olvido. Otras apenas sobreviven una temporada. Pero todas, absolutamente todas, van a parar a algún lugar. Creemos que desaparecen, como por arte de rebaja. Pero no. La ropa no se evapora: se acumula.

Atacama, el espejo roto del deseo

En el norte de Chile, donde el desierto antes parecía infinito en su pureza, la moda dejó su cicatriz. Allí, entre salares y viento, se alzan montañas de ropa usada, ropa nueva, ropa muerta. Son millones de prendas desechadas, muchas sin siquiera haber sido usadas. Colores que nunca caminaron la calle, zapatillas que no pisaron más que polvo seco. El desierto de Atacama es ahora un museo sin visitantes, una vitrina sin cristales, un cementerio sin flores.

Ghana: la segunda muerte de la ropa

Crucé el océano con los ojos. En Ghana, África occidental, el mercado de Kantamanto recibe cada semana toneladas de ropa usada desde Europa, Estados Unidos, Japón. Una avalancha de lo que ya no sirve allá. Muchas prendas llegan rotas, manchadas, o simplemente hechas para durar un suspiro. El 40% no encuentra segundo cuerpo. Termina en las calles, en los ríos, enredada en la pesca, mezclada con la basura, quemada a cielo abierto. Allí, la moda arde.

India y Pakistán: reciclar no siempre salva

En Panipat, India, la ropa vieja se tritura. Se convierte en mantas ásperas, en trapos de limpieza, en polvo de algodón que flota en el aire. Pero no toda se transforma. Las fibras sintéticas no se dejan reciclar tan fácil. Muchas prendas terminan en vertederos, otras se queman, otras simplemente se olvidan. Lo que fue diseño se vuelve residuo, y lo que fue moda se convierte en humo.

Dandora, Kenya: el vertedero donde el mundo deposita sus ganas de limpiar su imagen

En Nairobi, hay un lugar que huele a culpa: Dandora. Allí llegan toneladas de ropa usada disfrazada de caridad. La ropa que no sirvió en Europa, la que sobró en Nueva York, la que no vendió la influencer de turno. Esa ropa es un regalo envenenado. Termina en pilas enormes, entre plásticos, comida podrida, y promesas de desarrollo. Los niños juegan entre jeans y humo. La moda no solo viste: intoxica.

Estados Unidos: tirar como quien respira

En el norte del norte, desechar es un gesto automático. Cada persona bota más de 36 kilos de ropa al año. Y aunque muchos donan, la mayoría termina en vertederos locales o exportada, viajando por el mundo como si fuera ayuda. Pero lo que se da sin pensar, también contamina.

Sudamérica: el rebote final

En Bolivia, los mercados están llenos de ropa usada llegada de contrabando. Prendas que cruzaron medio mundo, sin dueño, sin historia. En El Alto, se venden a precio de risa. Y lo que no se vende, se apila. Y lo que se apila, se quema. Y lo que se quema, no desaparece: se mete en los pulmones.

La ropa no se va, se queda

Toda prenda tiene memoria. Aunque la borremos del armario, aunque la reemplacemos cada semana. No existe la ropa inocente. Tampoco la compra sin consecuencias. El algodón necesita agua. El poliéster nunca muere. El color contamina. La moda viaja más que el migrante. Y siempre vuelve.

Cifras que pesan

  • Cada año, el mundo produce más de 100 mil millones de prendas.
  • Solo Estados Unidos desecha alrededor de 17 millones de toneladas de ropa al año.
  • Ghana recibe más de 15 millones de prendas semanales desde países ricos.
  • En Chile, se calcula que más de 39 mil toneladas de ropa usada llegan anualmente al puerto de Iquique, muchas de las cuales terminan en el desierto de Atacama.
  • India importa más de 200 mil toneladas para reciclaje, pero su sistema no da abasto.
  • Pakistán y Kenya también reciben toneladas, que superan sus capacidades de gestión.

Contaminación invisible

  • Cada camiseta de algodón requiere más de 2.700 litros de agua para producirse.
  • El poliéster, por su parte, libera micro plásticos en cada lavado.
  • Los tintes contaminan ríos; la quema libera gases tóxicos.
  • La ropa que no se vende o se desecha, lejos de desaparecer, se transforma en residuos que contaminan suelos, agua y aire, y en muchos casos, perpetúan ciclos de pobreza y exclusión.

Y ahora, ¿qué hacemos con el hilo?

Tal vez no se trate de dejar de vestirnos, sino de vestirnos con preguntas. ¿Quién hizo esta prenda? ¿Cuánto le pagaron? ¿Dónde terminará? Porque cada vez que elegimos una camisa, una falda, un abrigo, dibujamos un mapa. Un mapa de rutas ocultas, de vidas invisibles, de paisajes heridos.

Epílogo sin cierre

Un día, sin nada en especial, me hice una pregunta. Y desde entonces, no volví a mirar una etiqueta igual.  La ropa que no se vende no desaparece. Simplemente cambia de lugar.  Y nos espera, allá afuera, entre las dunas, los basurales y las conciencias. Y tal vez algún día, nos vista la vergüenza. O la esperanza.

Fuentes consultadas:

  1. Greenpeace – “Fashion at the Crossroads” (2017)
  2. ONU Medio Ambiente – “La emergencia ambiental de la moda”
  3. The OR Foundation – Informes sobre Kantamanto Market, Ghana
  4. Fundación Desierto de Atacama – Estudios sobre residuos textiles en Chile
  5. Ellen MacArthur Foundation – “A New Textiles Economy” (2017)