Caminantes
La vida entre paréntesis
La vida no es más que eso: encuentros que laten, despedidas que arañan, silencios que dicen más que mil voces. A veces, solo a veces, una palabra basta. Una palabra que llega a tiempo, como un abrazo sin manos. Cargamos luz, nombres, risas que ya no suenan pero que siguen alumbrando. Cargamos compañía como quien lleva una vela encendida en medio del viento. Pero también, y sin pedirlo, cargamos lo otro.
Herencias invisibles
Arrastramos las ausencias de los que no supieron estar. Los que no quisieron. Los que no pudieron. Los que estaban y no vimos. O peor: los que vimos y dolieron. Porque ver no siempre es entender. Y entender no siempre es perdonar. La memoria se talla como piedra dura. Se pule con lo que fue y con lo que faltó. Con las palabras que nos dijeron y las que nunca llegaron.
Los ecos que no callan
Recordamos a los que estuvieron sin hacer ruido. A los que supieron escuchar el silencio, como si fuera un secreto. Pero también, y con demasiada claridad, recordamos a los otros: los que no llegaron cuando más los necesitábamos, los que amaron con filo, los que ofrecieron cariño como quien ofrece un premio: solo si se lo ganan.
Y uno se pregunta: ¿por qué la herida tiene mejor memoria que la caricia? Nadie da lo que no tiene. Nadie ofrece lo que no aprendió. Suena a consuelo, pero es verdad. Una verdad que arde. Porque quien esperó amor y recibió indiferencia, no se resigna fácil. No aprende a no doler. No se le olvida lo que no recibió.
Entonces, ¿qué hacer?
Seguir. Mirar alrededor. Abrazar a los que están. A los que se quedan sin que uno les ruegue. A los que eligen quedarse. A los que sonríen no por costumbre, sino por amor. Con ellos —y por ellos— darle sentido al caos que a veces son los vínculos.
El tiempo, ese escultor sin apuro, pero sin pausa, nos enseña a elegir: cómo mirar, cómo cuidar, cómo seguir sin cerrar la puerta. Recordar a los buenos no es negar a los otros. Es elegir la memoria que queremos sembrar. Es soltar lo que duele sin olvidar lo que enseña.
Epílogo: Caminantes
Y así, imperfectos, nos vamos dibujando. Hechos de afectos dados y recibidos. De ausencias que enseñan. De presencias que salvan.
Somos caminantes. Intentando querer sin herir. Perdonar sin olvidar. Aunque a veces —hay que decirlo— no sepamos bien cómo se hace.