«Amistades: un camino sin GPS»

Hay mujeres que se encuentran con mujeres y se reconocen antes de hablar. Como si ya hubieran llorado juntas en otra vida. No se preguntan qué pueden ofrecerse, solo se dan. Se prestan el alma como quien presta un libro subrayado: con confianza y con huellas.

  • Entre ellas, la amistad es cueva y fuego

Se permiten la vulnerabilidad, la furia, el delirio. No tienen que maquillarse el alma ni disfrazar el dolor. A veces se lastiman, sí, porque hasta los espejos pueden quebrarse. Pero no por poder ni por envidia. Si se hieren, es por miedo, por exceso de cercanía o por haber dejado la puerta abierta demasiado tiempo. La amistad entre mujeres es un refugio con paredes de palabras y ventanas que dan al pasado.

  • La amistad entre mujer y hombre, en cambio, es otro universo

No menos valioso. Solo más frágil. Como un puente colgante sobre un río lleno de ex y expectativas. ¿Existe de verdad?, preguntan algunos con cejas arqueadas. Sí. Existe. Pero hay que construirla con herramientas finas: respeto, claridad, humor, y una dosis saludable de «mirá que esto es lo que es». Porque no venimos limpios. Arrastramos siglos de confusiones. Él, acostumbrado a acercarse con fines. Ella, enseñada a sospechar del interés. Y en medio, dos personas que tal vez solo querían compartir un café y una charla sin subtexto.

  • A veces uno quiere más y se calla

A veces el otro lo intuye y se queda por lealtad o por miedo a romper lo que hay. Y entonces la amistad tiembla. Porque incluso lo puro se contamina si no se ventila. Pero cuando se logra, cuando el deseo no estorba o se transforma en ternura, cuando no hay guerra ni conquista, surge algo raro. Raro y hermoso. Ella se siente mirada sin ser medida. Él, escuchado sin tener que demostrar nada. Y juntos descubren que la diferencia no separa, solo amplía el mundo.

  • Luces y sombras

Ambas amistades —la de mujer con mujer, y la de mujer con hombre— tienen sus luces y sus sombras. Una da consuelo de espejo. La otra, sorpresa de diferencia. Una es fuego compartido. La otra, cruce de idiomas que aprenden a traducirse sin rendirse. Y ambas, si son verdaderas, salvan. Ambas pueden doler. Y ambas, si se cuidan, pueden durar más que muchos amores.

  • Y sí, ahora están los amigos con derechos

No son pareja, pero hay piel. No son novios, pero hay ternura. No son amantes, pero hay deseo. Son ese extraño pacto donde el cariño y la química hacen un trato silencioso, y la amistad se vuelve cama, y a veces también desayuno. A veces funciona, otras veces no. A veces alguien se engancha, a veces nadie. A veces se termina en silencio, otras entre risas, o incluso con una despedida cariñosa y con la frase: “fue lindo mientras duró”. ¿Confunde? Sí. ¿Lastima? A veces. ¿Sorprende? ¡Mucho!

  • Porque al final, en esto de las amistades, no hay garantías

-No hay manual. No hay GPS. No hay botón de reinicio.

-Se entra con esperanza, se camina con dudas, y se avanza —cuando se puede— con fe ciega o con un mapa dibujado en servilletas.

-A veces la amiga de toda la vida te apuñala con un tenedor emocional.

-A veces el amigo “solo amigo” se enamora y lo arruina todo… o no. A veces creés que es amor y era amistad. O creés que es amistad y era otra cosa con nombre prohibido.

-Y en medio de todo eso, uno hace lo único que puede hacer con la gente que quiere: confiar y ver qué pasa.

-Como quien se sube a una bicicleta sin frenos en bajada. Con los ojos abiertos, el corazón a media asta, y una risa nerviosa que dice: “¿Qué es lo peor que puede pasar?” (Ya sabemos la respuesta, pero igual nos lanzamos.)

-Porque en las amistades, como en la vida, nadie sale ileso. Pero si hay suerte, se sale acompañado.

Y recuerden siempre: «el que avisa, no traiciona»