“Cuando el cuerpo no se toca”

Un día, no hace tanto, Valentina —con voz bajita, como si pidiera fuego en medio del viento— me pidió que escribiera sobre esto. No sé qué vio en mí. Tal vez creyó que yo sabía. No sabía.  Entonces fui a buscar: en los ojos de quienes me rodean, en palabras sueltas que encontré en libros cansados, en las calles digitales donde todo se dice y casi nada se escucha.

Junté pedacitos. Y con eso armé este intento.

El erotismo no siempre se deja tocar

No siempre llega con piel y manos. A veces habita en lo que no sucede. En lo que apenas se insinúa. En eso que queda flotando cuando dos miradas se cruzan un segundo puente. Hay cuerpos que no necesitan rozarse para encender la chispa. Basta una frase dicha al borde del susurro. Una pausa bien puesta. Una distancia medida al milímetro, como si el aire también supiera de deseo. Entonces ocurre. Sin aviso, sin permiso, sin contacto.

Una corriente invisible que atraviesa el espacio y eriza la memoria. El deseo, como ciertos pájaros, no canta cuando lo miran de frente. Pero ahí está. Esther Perel, psicoterapeuta belga, sostiene que el deseo necesita espacio, misterio y lo no dicho para mantenerse vivo. A veces, el erotismo se enciende justamente en lo que no se toca.

Este tipo de erotismo es más mental, más emocional

No busca necesariamente consumarse en un acto sexual. A veces, se trata simplemente de la belleza del deseo en sí mismo. Desear no es poseer. Erotizar no es invadir. Es un arte más cercano a la danza que a la conquista. El lenguaje corporal, los gestos, la pausa antes de responder, el modo en que se sostiene la mirada o se cambia el tono de voz: todo eso puede crear una atmósfera profundamente sensual. Incluso en una conversación aparentemente trivial, puede haber una corriente sutil que vibra debajo, algo que no se dice, pero se siente. Y eso, en sí mismo, puede ser intensamente erótico.

Helen Fisher, bióloga y antropóloga, ha investigado cómo la atracción nace muchas veces en el cerebro, no en la piel, y cómo lo erótico está profundamente ligado a la imaginación y las emociones.

¿Erotizarse sin contacto?

Aquí es donde surge la pregunta incómoda: ¿Está mal erotizarse sin tocar? ¿Es inapropiado desear a alguien en silencio, sin que el otro lo sepa, sin manifestarlo abiertamente? ¿Hasta qué punto es válido ese deseo sin acto?

Luis Muiño, psicólogo español, ha defendido la legitimidad del deseo interior. Para él, fantasear sin invadir es una forma honesta y humana de vivir el erotismo. La línea roja, no está en desear, sino en imponer.

La respuesta no es simple, pero vale la pena explorarla

Erotizar a alguien no es lo mismo que objetivarlo. La diferencia está en el respeto. Si el deseo se vive de forma interna, sin invadir al otro, sin cruzar límites, sin manipular, no hay nada de malo. Es parte de la experiencia humana. Desear no es dañar. Fantasear no es faltar el respeto.

Miriam Subirana, filósofa y terapeuta, señala que todo lo que sentimos puede volverse autoconocimiento si se contempla sin juicio ni apego. Lo importante es no confundir deseo con derecho.

Vivimos en una cultura que a veces demoniza el deseo

O lo reduce solo a lo genital. Pero el erotismo —especialmente el que no se expresa con el cuerpo— puede ser una forma de conexión profunda, o incluso de autoconocimiento. Muchas veces, ese tipo de deseo nos habla más de nosotros mismos que del otro. Nos revela lo que nos mueve, lo que nos enciende, lo que proyectamos. Eso sí: erotizarse no debe convertirse en una carga para la otra persona. Si el deseo se vuelve obsesión, si interfiere en la relación, si impide ver al otro como un ser completo y libre, entonces sí, se cruza un límite. Pero mientras se mantenga como una energía contenida, respetuosa, incluso creativa, no hay nada inmoral en ello.

Sylvia de Béjar, periodista y sexóloga, ha denunciado cómo muchas culturas reprimen o distorsionan el deseo. Para ella, reivindicarlo —con conciencia y respeto— es un acto de salud emocional.

La belleza del deseo no cumplido

Hay una fuerza muy especial en lo que no se concreta. En el arte, la literatura, la música, encontramos mil ejemplos de cómo el deseo contenido puede ser más poderoso que la acción explícita. Lo mismo sucede entre personas: a veces, lo más intenso ocurre justo antes de que pase algo… o cuando decidimos que no pase.

Roland Barthes, semiólogo y filósofo, escribió en Fragmentos de un discurso amoroso que el deseo se alimenta del aplazamiento, de lo que se sugiere sin decir. Lo erótico, muchas veces, es una espera que no quiere resolverse.

En una época donde se busca la satisfacción inmediata

Defender el erotismo sin contacto puede parecer extraño. Pero en realidad es una forma de recuperar el misterio, el juego, la imaginación. No se trata de reprimir el deseo, sino de darle otro canal. Un lenguaje más sutil, más delicado. Casi como un idioma secreto entre dos que se reconocen sin tocarse.

Byron Katie, autora y promotora del autocuestionamiento, propone mirar nuestros pensamientos con distancia, sin necesidad de seguirlos de inmediato. En ese espacio también cabe el erotismo que no exige consumación.

El deseo, cuando no necesita consumarse, puede convertirse en poesía

En una chispa que ilumina el día. En una presencia que deja huella sin haber rozado la piel. Y quizás ahí radica su verdadera fuerza: en recordarnos que no todo lo que nos mueve necesita resolverse. Porque, a veces, simplemente, basta con sentir.

Valérie Tasso, sexóloga y escritora, lo ha dicho con claridad: el deseo también puede ser arte, lenguaje, huella. No hace falta tocar para que una presencia nos roce.