Entre alucinaciones e ilusiones
El ojo que miente
Hay un territorio difuso entre lo que creemos ver y lo que realmente existe. Allí nacen las alucinaciones y las ilusiones, hijas bastardas de la percepción, criadas en el seno de la mente cuando la realidad duele demasiado, o simplemente no alcanza.
La primera impone su presencia: la alucinación se planta frente a nosotros con la fuerza de lo imposible que exige ser creído. La segunda seduce: la ilusión acaricia los bordes de lo deseado, dibujando con tinta invisible una promesa que nunca fue.
Ambas se parecen, pero no son hermanas. Una grita, la otra susurra.
El cuerpo recuerda lo que el alma esconde
A veces el alma no puede con lo que carga, y entonces le pide al cuerpo que vea por ella. Así aparecen voces donde hay silencio, rostros donde sólo hay sombras, aromas que no provienen de ningún objeto.
Alucinar es, muchas veces, un grito desesperado de la psique, una súplica por atención. El cerebro fabrica imágenes cuando ya no puede esperar que el mundo las provea.
En cambio, la ilusión tiene el perfume de lo deseado. Nos creemos amados, aunque no lo seamos. Vemos caminos donde sólo hay laberintos. Imaginamos un futuro mejor cada primero de enero, como si la voluntad del calendario bastara para redimirnos.
Y aunque sepamos que nos mentimos, seguimos mirando hacia adelante.
El autoengaño: espejo del alma rota
No hay mayor fuerza en el ser humano que la capacidad de mentirse a sí mismo. Con un talento prodigioso, tejemos ilusiones para soportar el peso de lo real. La ilusión no es un error: es una estrategia. Y como toda estrategia, puede ser peligrosa o necesaria. Nos permite seguir caminando cuando el camino duele, pero también nos puede cegar ante el abismo.
La alucinación, en cambio, irrumpe sin pedir permiso. No se elige. A veces es un síntoma, otras veces un mensaje. Pero siempre nos enfrenta con algo que no está ahí… o que quizás está tan profundamente escondido que necesita disfrazarse para ser oído.
Ver sin ojos, creer sin pruebas
¿Qué es más grave: ¿ver lo que no existe, o creer en lo que nunca existirá? Un amor que sólo sentimos nosotros, una señal que nadie más vio, una esperanza que insiste en sobrevivir incluso después de la caída. La mente humana necesita creer en algo, aunque sea falso. A veces porque la verdad es intolerable. Otras, porque la mentira es bella.
Las ilusiones nos construyen tanto como nos destruyen. Son los ladrillos de muchos sueños, pero también el techo de muchas jaulas. Las alucinaciones, por su parte, revelan lo que no queremos enfrentar.
No son un error: son una revelación incomprendida.
La verdad no siempre cura
Entre alucinaciones e ilusiones, no hay un único camino sano. A veces necesitamos un poco de locura para no morir de cordura. Y otras veces, necesitamos deshacernos de las mentiras que nos acarician, porque ya no nos dejan crecer.
El problema no es ver cosas que no están, sino no querer ver las que sí están. Porque el verdadero peligro no vive en el error de la mente, sino en la negación del corazón.
Y así seguimos, confundiendo lo que creemos con lo que es, en esta eterna danza entre lo imaginado y lo vivido.