La responsabilidad social: un arte perdido (¿o no tanto?)

He caminado mucho. No por metáfora, sino por geografía.

He cruzado fronteras, compartido mesas con ricos y pobres, con sabios sin títulos y titulados sin sabiduría. En ese andar, aprendí algo que no está en los manuales: hay lugares donde la responsabilidad social no se predica… se vive. Se respira en la calle, en el trato, en lo que se elige hacer incluso cuando nadie mira.

En esos rincones, no hay carteles de moral ni cursos de ética. Pero sí hay principios. No son muchos, pero son poderosos. Y aunque no tienen orden, los comparto como quien deja un mapa al que quiera mirar más allá de su ombligo.

  1. Moral de adentro, no de catálogo: No hablo de la moral que viene con etiqueta partidaria. Hablo de la que nace del corazón. Esa que te dice cuándo algo no está bien, aunque nadie te lo marque. Esa que se siente, no se declama.
  2. Limpieza (también del alma): Hay algo sagrado en un lugar limpio. No por obsesión, sino por respeto. El que cuida lo común como si fuera propio, entendió algo grande. Porque el orden afuera también ordena por dentro.
  3. Integridad: Ser uno mismo, aunque cueste. Sin dobleces, sin máscaras. Aunque el mundo empuje a lo contrario.
  4. Puntualidad: No se trata de mirar el reloj, sino de respetar el tiempo del otro. De saber que llegar tarde también es una forma de violencia suave.
  5. Responsabilidad: Hacerse cargo. Punto. No hay excusas que valgan. Lo que me toca, me toca.
  6. Superación: No quedarse en lo cómodo. Apostar a ser mejor, aunque nadie lo exija. Aunque duela. Aunque nadie aplauda.
  7. Respeto por las reglas: No por miedo, sino por sentido común. Si todos jugamos con las mismas normas, el juego se vuelve más justo. Más limpio.
  8. Reconocer al otro: Ver al otro como un igual. No como un estorbo. No como un enemigo. Como alguien que merece lo mismo que yo.
  9. Trabajo con alma: El trabajo no dignifica por sí solo. Lo hace la forma en que se encara. Con entrega, con respeto, con orgullo.
  10. Esfuerzo: Nada grande se consigue sin remar. Sin ponerle el cuerpo. Y a veces, también el alma.

El epílogo de la calle

Estos valores no se bajan del cielo ni vienen con la cuna. Se aprenden mirando, imitando, tropezando. Se enseñan con el ejemplo. Y se contagian, como una buena costumbre.

Hoy, en un mundo lleno de ruido, de gritos vacíos, de guerras absurdas y egos inflados, volver a lo esencial es un acto de rebeldía. Y de responsabilidad.

Ser responsable no es una carga. Es un acto de amor. Hacia uno, hacia los otros, hacia lo que todavía queda por construir.