La cara no miente (y la queja tampoco)

Dicen que los ojos son el espejo del alma, pero la cara entera es un mapa emocional

Hay quienes caminan por la vida con la frente fruncida como si el mundo les debiera algo, y otros que van regalando sonrisas como quien lanza flores en un desfile. No elegimos la cara con la que nacemos, eso es cosa del azar o del ADN, pero sí somos absolutamente responsables de la cara que ponemos.

Y eso, amigas y amigos, lo cambia todo. Porque la cara no solo refleja lo que sentimos, también refleja lo que repetimos. Y si lo que repetimos es queja tras queja, bronca tras bronca, se nos termina dibujando en la cara. Se nota. Se pega. Y pesa.

Caras que invitan. Caras que espantan

“Algunos tienen cara de domingo soleado, y otros parecen lunes a las 7 de la mañana”

No se trata de belleza, se trata de energía. Hay caras que uno ve y dice: “con esta persona me tomaría un café”. Y hay otras que, sinceramente, hacen que uno cruce de vereda. ¿Nunca te pasó? Gente con cara de pocos amigos, que parece que estuviera en guerra con el mundo… y lo peor es que muchas veces está en guerra con todo, y lo único que hace es quejarse. Todo le molesta, todo le irrita, nada le viene bien.

Y ojo, que no es siempre por maldad. A veces es costumbre. Uno se queda con esa cara que usó para defenderse del dolor o para esconder la tristeza, y la queja se vuelve un refugio. Pero con el tiempo, tanto la cara como la queja se hacen hábitos. Y esos hábitos, si no los revisamos, terminan alejando a todo el mundo.

Ser feo no es pecado, ser pesado sí

“La belleza es un accidente, la simpatía una elección”

Vos podés tener una nariz chueca, dientes desparejos, entradas pronunciadas o todo junto, pero si sonreís con honestidad, eso se nota. Hay gente que no encaja en ningún canon estético, pero tiene una calidez que enamora.

Y también está el otro caso: gente «linda» que no transmite nada. Caras bonitas con gestos de fastidio, con tono de queja perpetua, como si respirar les costara o como si todo les pareciera un esfuerzo inútil. La diferencia no está en los rasgos, está en el clima emocional que esa persona genera.

Y hay algo peor que una cara fea: una cara que cansa, quejosa, espesa. Porque nadie tiene la culpa de haber nacido feo, pero si encima no para de quejarse… ahí ya no es el espejo: es el eco.

El negocio de la cara

Hay una vieja frase china que dice: “El que no puede sonreír, que no abra una tienda”.

Y tiene razón. Porque uno no va solo a comprar cosas, uno va a encontrarse con alguien. Nos gusta la gente que nos mira con amabilidad, que nos dice “buenos días” como si de verdad quisiera que lo tuvieras.

¿Y sabés qué espanta más que una mala atención? Una atención quejosa. Esa donde la persona te atiende como si fuera un favor, como si estuviera sufriendo por estar ahí. Y esto no es solo para los que venden cosas. Es para todos.

A veces no es la pareja, ni el jefe, ni el gobierno: es tu cara —y tu queja— lo que está amargando el día. Cambiá la cara, bajá el volumen de la queja, y te juro que cambia el mundo.

Epílogo: La revolución empieza en el espejo

“La cara es una carta de presentación. No hace falta operarse ni maquillarse.”

Basta con estar presente, con aflojar el ceño, con dejarse habitar por un poquito de ternura.  No te digo que vivas con una sonrisa falsa ni que no puedas decir lo que te molesta. Pero una cosa es expresar, y otra cosa es instalarse en la queja como si no hubiera otra opción.

Recordá esto: los demás también están peleando su propia batalla. Una buena cara, y una actitud menos quejosa, muchas veces, son la mejor forma de acompañar. Porque la cara no miente. Y la queja… tampoco.