La memoria: ese lugar extraño
“Hay rincones de la mente que no obedecen al tiempo”
Uno puede estar tomando un café y, de pronto, el aroma lo empuja a los siete años, cuando su abuela cocinaba galletas. No hay aviso. No hay lógica. Solo sucede. La memoria tiene ese poder de abrir puertas que creíamos cerradas, de traer de vuelta voces, olores, miradas.
A veces, es una caricia. Otras, un zarpazo.
No es un archivo ordenado. Es más bien una casa antigua, con cuartos que se iluminan cuando algo, sin que sepamos qué, enciende la luz. ¿Por qué recordamos con claridad ciertas escenas sin importancia, y olvidamos momentos cruciales?
Porque la memoria no guarda lo que pasó: guarda lo que sentimos.
Recordar no siempre es volver
“A veces nos engañamos creyendo que recordar es revivir”
Pero no. Lo que recordamos es una versión. Una construcción. El cerebro completa huecos, acomoda piezas, incluso inventa. Y no es por maldad ni por debilidad: es una forma de sobrevivir.
La memoria no busca la verdad histórica, sino la emocional.
Por eso, dos hermanos pueden contar de forma distinta la misma infancia. No mienten. Solo sintieron distinto. El mismo hecho puede dolerle a uno y ser neutro para el otro. No vivimos lo que pasó, sino lo que significó para cada uno.
Y la memoria respeta eso: guarda el significado, no el hecho.
Los recuerdos que duelen
“Hay recuerdos que se esconden porque duelen”
No desaparecen: se agazapan. Esperan. Y cuando menos lo esperamos, aparecen disfrazados de angustia, insomnio o enojo. A veces creemos que “ya pasó”, que “ya está resuelto”. Pero si al nombrarlo se nos aprieta el pecho, es que sigue ahí.
No se fue: se camufló.
La mente tiene una lógica protectora. Guarda lo insoportable hasta que podamos mirarlo. Por eso algunos recuerdos emergen recién de adultos, cuando sentimos que tenemos las herramientas para enfrentarlos. No es debilidad olvidar: es defensa.
Olvidar a veces es un acto de amor propio.
La memoria como puente
“No todo en la memoria duele. También es una fuente de ternura. De pertenencia”
Volver a ciertos momentos nos puede dar fuerzas para seguir. Una canción, una carta vieja, una foto descolorida: todo eso puede recordarnos quiénes fuimos, qué soñábamos, qué perdimos… pero también qué logramos.
La memoria no solo guarda lo vivido, también lo que aún nos habita. A veces, volver a un recuerdo es como volver a casa. Nos ubica. Nos ancla.
Nos recuerda que, aunque el tiempo avance, hay cosas que nadie —ni el olvido, ni el dolor— puede quitarnos.