“La última vez” tiene mala prensa

Hay algo injustamente temido en “lo que ya no es”.

Se lo recuerda con pena, se lo llora como si el solo hecho de haber terminado lo volviera trágico. Pero no siempre es así. No toda partida es una derrota. No todo adiós es un derrumbe. A veces, simplemente, lo que se va… ya no tenía razón de quedarse.

¿Te acordás de aquella vez que pensaste que no ibas a poder?

El amor que no funcionó. La amistad que se desgastó. Ese trabajo que te robaba la risa. Un proyecto que parecía tener alas, pero resultó ser plomo. Una ciudad que ya no te hablaba. Un sueño que dejó de latir. Te aferraste. Luchaste. Y cuando se terminó, lloraste. Como si el mundo se te fuera en eso.

Pero no se fue.

Seguís acá. Respirando, caminando, aprendiendo. Y con el tiempo –ese sabio silencioso– entendiste: era lo mejor que podía pasar. Porque si no se rompía, vos no cambiabas. Si no te echaban, no te ibas. Si no se iba, no llegaba lo nuevo. Y eso que tanto dolió… hoy se llama alivio.

Muchos confunden duración con valor.

Pero hay amores eternos que duran apenas un verano. Y hay trabajos larguísimos que no dejaron ni una enseñanza. Lo importante no es cuánto duró, sino cómo te transformó. Y si te dejó algo –aunque sea una herida que luego cicatrizó–, entonces no fue en vano.

Lo que se termina nos forma.

Nos moldea. Nos empuja.

Nos obliga a revisar quiénes éramos y en quiénes podemos convertirnos. No hay crecimiento sin pérdida. No hay madurez sin renuncias. No hay vida sin esos “hasta acá” que nos cuestan, pero nos liberan.

¡Pero ojo!

No se trata de romantizar cada fracaso.

Se trata de comprender que no todo lo que se cae, se rompe. A veces, simplemente, cambia de lugar. O de función. O de sentido. Lo importante es no aferrarse a lo que ya no vibra con nosotros. Porque quedarse donde ya no hay música… también es una forma de morir en vida.

Y sí, hubo momentos oscuros.

Tardes enteras llorando en silencio. Noches preguntándote por qué. Vacíos que nadie llenaba. Pero también hubo amaneceres en los que entendiste: gracias por haberte ido. Porque si no te ibas vos, no llegaba yo.

Prefiero esa ley de vida

Que a veces parece cruel, pero es profundamente justa. Nada se sostiene por la fuerza. Y todo lo que se va… abre espacio. Para algo nuevo. Para alguien más. Para la versión de vos que estaba esperando su turno.

Lo perdido, lo dejado, lo que ya no será… no son enemigos.

Son parte del camino. Son señales. Son faros que nos enseñaron, a veces con dolor, que seguir es más sabio que insistir. Porque si amaste de verdad, si diste lo que tenías, si apostaste con el corazón en la mano… entonces no hay despedida que te robe eso. Y el recuerdo de haber vivido con todo… compensa cualquier final.

La vida se mide por la intensidad de los momentos, no por la duración de los mismos.

Una vez escuché decir a una mujer de 83 años, que había perdido a su marido después de más de 55 años de casados. Cuando le preguntaron qué recordaba de él, con afecto, después de tanto tiempo juntos, respondió: “Era muy respetuoso y limpio.”