Historias: “Todas las vidas de Elisa”

Elisa, llegó a España hace más de una década, dejando atrás un país donde las grietas ya no eran solo políticas, sino también personales. En Venezuela quedó una versión suya que ya no existe: la mujer que aguantó, que volvió tres veces, que calló por años.

Hoy ronda los 60, es madre, abuela, hija cuidadora. Vive en un piso y una terraza llena de plantas.

Y de silencios.

Cosas que no se cuentan en voz alta

«Permitir que me faltaran el respeto fue mi primer error», dice, sin dramatismo. Su voz es suave, pero el contenido es plomo. No habla mucho de su vida, pero cuando lo hace, lo hace como quien sabe que recordar también es curarse.

Reconoce haber perdonado sin pedir perdón, haber lastimado sin querer. Dice que su hijo mayor pagó un precio que ella aún no termina de saldar. Le duele. Pero no se excusa.

Elisa no es de esas personas que se ocultan detrás de sus heridas.

Una mujer que siente en voz baja

Le cuesta ver el lado oscuro de los demás. No porque sea ingenua, sino porque prefiere entender antes que juzgar. Desdobla las situaciones, se coloca en el centro, trata de ver con los ojos del otro. Pero eso tiene un precio: «no supe poner límites», confiesa. «Justificaba a todos.»

No soporta la mentira, el disfraz, el engaño. Y cuando alguien rompe esa delicada línea, activa su mecanismo más frío: el olvido sin rencor. No discute, no grita. Borra. Así, sin clemencia.

No porque no sienta, sino porque ya sintió demasiado.

Pasiones sin guerra

Le gustan las personas inteligentes, intensas, que no necesiten llenar los silencios. Que vivan con sangre en las venas, pero sin violencia. No le interesan las guerras; las ha tenido todas por dentro. Cuando le toca confrontar, se prepara, se documenta, se protege con argumentos.

Elisa nunca vivió con ninguna de sus parejas tras su divorcio.

No por miedo al amor, sino por amor propio. Sabía que convivir podía traer de nuevo lo que tanto le costó cerrar. Eligió la distancia como medida de control.

Como forma de cuidarse.

El centro del huracán

A veces dice que escribir sobre ella no sería fácil. Que solo quien conozca su silencio podría entenderla. Pero la verdad es que Elisa es una historia que se escribe sola. Su vida está llena de fragmentos rotos que ha sabido ensamblar sin perder la dignidad.

Ha cometido errores. Muchos.

Pero también ha sido madre, abuela, sostén, refugio. Cuida a su madre como quien devuelve lo que un día recibió. Y trabaja cuando puede, cuando el mundo le deja un espacio.

La mujer que está

Elisa es de esas mujeres que no necesitan que se les aplauda para sentirse valiosas. Está hecha de ausencia y presencia, de fuego bajo y de decisiones frías. Pero, sobre todo, está hecha de verdad. De esa verdad que no grita, pero que se queda.

Y en ese quedarse, está su forma más pura de amar.

Epílogo: Lo que todavía no sabe

Aún hoy, espera.

Espera el amor ideal, los amigos ideales, los momentos sin aristas. Como si la vida aún le debiera escenas de novela.

Pero no se ha dado cuenta —no del todo— de que lo perfecto no viene. No existe.

Que la vida se cuela por las rendijas de lo cotidiano, de lo torpe, de lo incompleto. Y que atreverse no siempre es una falta; a veces, es la única forma de empezar a vivir de verdad.

Todavía se dice a sí misma muchos «no puedo», «no debo», «eso no se hace». Como si estuviera siempre a punto de romper algo sagrado.

Pero quizá, solo quizá, ha llegado el momento de romper el molde en lugar del alma. Y dar ese salto sin red, no para ser otra… sino para ser, al fin, ella, la mujer que quiere ser.