Historias de dos pasiones

El murmullo del fuego

A veces las historias no se cuentan porque arden. No porque no pasaron, sino porque pasaron demasiado. Y el que las vivió guarda la ceniza en la lengua, por miedo a que al contarlas vuelva la llama.

Esta es la historia de dos pasiones. No más. No menos. Dos pasiones que no se dijeron nunca frente al espejo, ni frente al otro. Dos pasiones escondidas entre sábanas distintas, en tiempos cruzados, en cuerpos ajenos.

Una historia verdadera. Una de esas que, si se escriben, se escriben bajito.

Primera llama: La maestra y la madre

Ella enseñaba a leer. Enseñaba con manos suaves, voz tibia, mirada clara. Y cada tarde, cuando la última criatura salía por la puerta de hierro, llegaba la madre. No con libros, sino con ojos. Ojos que hablaban. Ojos que decían cosas que no se decían.

Se tomaban el café como quien firma un pacto. En la cocina del fondo, con la loza sin lavar. A veces la madre llevaba bizcochos. A veces no llevaba nada. Pero siempre dejaba algo. Un roce en la mano. Un silencio largo. Una pregunta sin responder.

Una vez, la maestra soñó con la madre. No con su rostro, sino con su perfume. Y al día siguiente, al verla en la fila de las mochilas, se le cayó el alma entre los lápices.

Segunda llama: El hermano y el novio

Él venía solo al principio. El hermano del novio. El que no sonreía en las fotos ni bailaba en los casamientos. El que se quedaba mirando fijo al perro mientras todos brindaban. Y un día, sin saber por qué, sin querer del todo, el novio empezó a buscarlo con la mirada.

Se encontraban en la cocina, a la hora en que la fiesta ya se emborrachaba. Y hablaban de fútbol. Y hablaban de guitarras. Y una vez no hablaron. Solo se miraron. Y entonces pasó algo que ninguno contó nunca, ni siquiera a sí mismo.

Después de eso, el hermano dejó de ir a las fiestas. Y el novio dejó de escribir canciones.

Tercer fuego: Lo que no se nombra

Las dos pasiones vivieron escondidas.

Una en un cuaderno de planificación escolar, entre hojas marcadas con lápiz. La otra, en una vieja púa de guitarra, que quedó olvidada en el fondo de un cajón.

Nadie las descubrió. Nadie las traicionó. No porque no dolieran, sino porque dolían tanto que no cabían en la voz. Cada uno siguió con su vida: la madre con su marido de manos grandes, la maestra con su gata y sus libros. El hermano con su taller de herrería. El novio con una esposa que le cocinaba milanesas.

Pero cada tanto, cuando llovía, alguno pensaba en el otro. Pensaba y no decía. Pensaba y callaba.

Porque hay pasiones que no buscan futuro, solo memoria.

Última brasa: El rumor del alma

Hay cosas que no se olvidan, aunque se intenten.

No porque fueron felices, sino porque fueron reales. Porque ardieron en silencio. Porque dejaron marca. Como las piedras que la marea lame, pero no arrastra.

Esta historia es verdad. Aunque no tenga nombres. Aunque nadie la haya confesado. Aunque los protagonistas sigan caminando por la calle como si nada. Como si no supieran que alguna vez, en algún rincón del alma, ardieron sin quemarse.

O se quemaron sin arder.

Epílogo: Las palabras que no se dicen

Dicen que hay palabras que no se dicen porque matarían a quien las oye.

Pero también hay palabras que no se dicen porque revivirían lo que ya no puede vivir.

Por eso, estas dos pasiones se quedaron ahí, agazapadas, respirando bajito. Esperando que alguien, algún día, las escribiera.

Y alguien las escribió. Pero no dijo quién. Ni cuándo. Ni dónde. Porque no hace falta.

Porque si alguna vez te pasó, ya sabés. Ya entendés. Y si no te pasó, no importa. Te puede pasar.

O ya te pasó. Y no te animás a decirlo.