Lunes
Respira: estás viva (aunque no lo creas)
Lo primero es lo primero: abriste los ojos. Estás viva, estás vivo. No es poca cosa. Tu cuerpo, ese que cruje como puerta vieja cuando te levantas, todavía funciona. Puede que haya dolores aquí y allá —un hombro rebelde, la rodilla que protesta—, pero sigues en la partida.
El calendario dice “lunes”, y aunque preferirías que dijera “sábado eterno”, se te ha dado otro día.
La noche que no fue noche
¿No dormiste de un tirón? Normal. Nadie duerme de un tirón cuando se acuesta cargado de problemas como si fueran mochilas de piedra.
Te metiste en la cama con facturas impagas, con pendientes que esperan desde hace meses, con discusiones inventadas que nunca tuviste… y esperas que el sueño sea suave.
¿Qué esperabas? Que los problemas se convirtieran en ositos de peluche. La mayoría de esas ansiedades, lo sabes ya, nunca fueron problemas de verdad. Eran telarañas mentales, fantasmas de un circo interno que ni siquiera cobra entrada.
Los rituales del cuerpo
Una ducha tibia. Agua que no resuelve la vida, pero limpia un poco la tristeza.
Ropa limpia, planchada, que grita: “hoy me respeto, aunque sea en apariencia”. Tu perfume favorito, esa ilusión embotellada de que el día puede ser mejor.
Y lo más sagrado: un desayuno caliente. No subestimes un café recién hecho o un pan tostado; la civilización se mantiene en pie gracias a pequeños gestos como ese.
El primer error del día
Y ahí, justo cuando todo parecía posible, cometiste el pecado original de los lunes: encendiste las noticias. Viste el telediario, abriste los diarios digitales, te conectaste a la catástrofe global.
Y descubriste lo que ya sabías: tu barrio es un caos, tu provincia es un desastre, tu país un chiste malo, y el mundo un incendio sin bomberos.
¿Novedad? Ninguna. ¿Efecto? El ánimo por el suelo.
El café, que estaba calentito, ahora sabe a agua de cenizas.
La telaraña invisible
Porque eso hacen las malas noticias: te atrapan en una telaraña invisible. Te dejan inmóvil, atrapado, convencido de que no puedes hacer nada. Y casi siempre es cierto. Tú no vas a resolver la inflación mundial antes del almuerzo ni vas a detener la guerra desde tu escritorio.
Pero te dejan con el corazón acelerado, como si fueras tú el que tiene que salvar el planeta.
Pequeños antídotos contra el desastre
Entonces toca desarmar la trampa – y también la culpa -. Estrategias caseras, nada heroicas pero eficaces:
- Respira profundo al despertar – tres inhalaciones lentas para oxigenarte y bajar la tensión.
- Hidrátate con un vaso de agua antes de mirar el celular o tomar café.
- Agradece por 3 cosas (aunque sean pequeñas: una cama cómoda, un techo, un nuevo inicio).
- Estírate 2–3 minutos para activar tu cuerpo suavemente.
- Sonríe frente al espejo (sí, aunque no tengas ganas). Engaña al cerebro para liberar endorfinas.
- Define 1 intención del día: algo simple como “hoy voy a ser paciente” o “hoy sonrío más”.
- Ordena un rincón pequeño (la cama, el escritorio). Eso da sensación de control inmediato.
- Escucha una canción que te motive mientras te arreglas.
- Escribe una mini lista con las 3 prioridades reales del día (lo que de verdad importa).
- Saluda con energía a la primera persona que veas: generas buena vibra desde el inicio.
El lunes es una farsa
Al final, todo lunes es un invento. Un nombre en el calendario. Una excusa para vender más café y menos ilusiones. Y tú, que lo sufres, lo conviertes en algo inmenso.
Pero el lunes no es más que otro día que tienes la suerte de mirar. Otro día para equivocarte, reírte, sobrevivir.
Otro día que puedes empezar —con ironía, con cansancio, con lo que sea—, pero empezar.
Porque estar vivo, aunque a veces pese, sigue siendo el milagro más barato de todos.