“La vida debería ser al revés”
La vida, esa maestra caprichosa, tendría que comenzar por el final.
Empezar muriendo, para sacarnos de encima el miedo de una sola vez. Al principio, como cuando uno cierra los ojos antes de dormir, estaríamos en calma. El último suspiro sería el primero: breve, sereno, sin traumas ni despedidas.
Después despertaríamos en una residencia.
Rodeados de pasillos silenciosos, televisores en bajo volumen y rutinas suaves. Pero, a diferencia de lo que parece, cada día estaríamos un poco mejor. Nos levantaríamos solos de la cama, el pulso más firme, la piel más fresca. Hasta que, inevitablemente, nos echan: ya no encajamos ahí, ya no somos alguien a quien cuidar. Y entonces, lo primero que hacemos es cobrar una pensión.
Con el bolsillo lleno y la espalda más liviana.
Llegaríamos a nuestro primer trabajo. Nos darían un reloj de oro ese mismo día, como si quisieran avisarnos que el tiempo nos pertenece. Trabajaríamos durante décadas, pero cada jornada nos rejuvenece: las canas retroceden, los dolores desaparecen, la energía vuelve a las manos. Y justo cuando estamos lo bastante joven para entender que el trabajo no es la vida entera, renunciamos sin culpa.
A partir de ahí, todo es una fiesta.
Nos encontramos con amigos en bares ruidosos, caminamos de madrugada sin miedo, amamos sin urgencias. Sabemos que hay tiempo, siempre hay tiempo, porque el reloj ahora corre en dirección contraria. Los días no nos quitan nada: nos devuelven.
Luego regresamos al colegio, pero ya no hay presiones ni calificaciones.
No importa quién corre más rápido ni quién resuelve primero un problema de matemáticas. Solo importa el juego, la risa limpia, las manos embarradas. Las mochilas son livianas, los recreos eternos, y el mundo parece más grande cada tarde.
Hasta que, poco a poco, comenzamos a hacernos más pequeños.
Cada año que pasa nos encogemos un poco, y todo se vuelve sencillo. Las palabras se vuelven sonidos, los problemas desaparecen, y un día descubrimos que ni siquiera tenemos que caminar: nos cargan en brazos, nos cantan para dormir, nos alimentan sin pedir nada a cambio.
Los últimos nueve meses los pasamos en una especie de abrazo infinito.
Flotamos en un líquido tibio, sin preocupaciones ni relojes. Hay calefacción natural, alimento constante y una paz imposible de explicar. Somos apenas un latido, una posibilidad, un proyecto de alguien.
Y entonces, en un instante final que es puro comienzo.
Dejamos este mundo en un estallido de alegría. Un orgasmo, una explosión luminosa, una despedida que es también una bienvenida.
Así podría ser la vida: suave, humana, lógica.
Con un guion invertido, pero mucho más amable que el que nos toca ahora. No sería una vida más larga ni más corta: sería una vida al revés, y por eso mismo, más justa.
(Texto inspirado en uno que circula en internet, atribuido erróneamente a distintos autores, entre ellos a Quino)
