Manual urgente para encontrar lo que te despierta
El bostezo de los días
Hay días en que te levantas y todo tiene el mismo sabor a agua tibia. Desayunás, trabajás, saludás al espejo con un gesto aprendido, y el tiempo pasa como si alguien estuviera rebobinando la misma cinta una y otra vez. No es tristeza, ni depresión: es una especie de hibernación con los ojos abiertos. El alma está en modo avión, esperando una señal que no llega.
Y entonces te das cuenta: te falta algo que te encienda. No una persona, no un romance de película. Te falta ese latido que te saca del letargo, ese motivo que hace que te olvides del reloj.
La confusión de la pasión
Durante años nos hicieron creer que “tener una pasión” era algo de juventud, un lujo o una excentricidad. Pero la verdadera pasión no siempre tiene piel. A veces es una guitarra que te mira desde una esquina, un cuaderno que no abrís hace años, un libro a medio leer que todavía te espera sin rencor.
O puede ser la idea absurda de aprender a cocinar pan casero un martes cualquiera, solo para oler algo vivo. Una pasión es, en el fondo, un recordatorio de que todavía estás acá. No se trata de llenar vacíos, sino de dejar que algo te los desborde. Es ese algo que te roba el sueño y, por suerte, te lo devuelve transformado en ganas.
La resurrección cotidiana
Cuando te apasionas por algo —de verdad, con todo el cuerpo—, el mundo se acomoda distinto. La lluvia deja de ser una molestia y pasa a ser parte del decorado. Los lunes se convierten en una excusa para empezar otra vez. Y el cansancio, ese monstruo que se te subía al pecho cada tarde, se vuelve un síntoma dulce: el cansancio de quien hace algo que importa.
Tener una pasión, en este sentido, es tener un motor invisible.
No te saca los problemas, pero te recuerda por qué vale la pena resolverlos. Y cuando la rutina te intente convencer de que nada cambia, tu pasión —esa chispa que elegiste— te va a susurrar que todavía hay fuego.
Cierre: el contrato con la vida
Así que buscá. Buscá sin miedo, sin prisa, sin mapa.
Buscá eso que te hace perder la noción del tiempo, aunque no te paguen por hacerlo, aunque nadie lo entienda. Y cuando lo encuentres, abrázalo como si de eso dependiera tu respiración.
Cuidalo con ternura y con furia, porque el mundo se encargará de distraerte, de convencerte de que no hace falta, de que ya estás bien así. Pero no te duermas. La vida no espera a las que postergan el deseo: premia a las que se atreven a arder.
Porque no se trata de ser feliz todo el tiempo.
Se trata de estar despierta, de no morirse antes de morirse. Y para eso, créeme, todos necesitamos una pasión. No una que nos prometa eternidades, sino una que nos recuerde —cada día— que todavía respiramos.
Y si esa pasión tuviera forma de persona, anímate. Que te tiemble el pulso, que te desarme la risa, que te saque del eje y te devuelva distinta. Dejá que te sacuda la calma y te devore las dudas.
Solo vos sabrás las respuestas.
Lo que no puedes, es lamentarte por no probar el vértigo de estar viva.
