¿Qué hay del otro lado de la depresión?
No soy psicólogo ni médico. Solo un escritor curioso, de esos que creen que algunas preguntas valen la pena seguir haciéndolas, aunque nadie tenga una respuesta definitiva.
Y hay una que me ronda hace tiempo: si la depresión es uno de los males más comunes de nuestro tiempo, ¿cuál sería su contrario? Me lo pregunto no solo por curiosidad, sino porque yo, como paciente, conocí ese lugar oscuro. Lo habité, lo recorrí en silencio, tratando de entender qué me había llevado allí y cómo se salía.
Tal vez por eso sigo buscando, escribiendo, intentando ponerle palabras a lo que tantas veces se siente inexplicable.
Podría parecer fácil:
Si la depresión es tristeza, su opuesto debería ser la alegría. Pero la vida no funciona así de simple. La alegría puede durar un instante; la depresión, en cambio, puede instalarse como un clima. Por eso, los especialistas dicen que el verdadero opuesto de la depresión no es la euforia, sino algo más tranquilo: el equilibrio.
En psicología existe una palabra que casi nadie usa fuera del consultorio: eutimia. Significa “buen ánimo”, o, mejor dicho, ánimo en calma. No se trata de estar siempre felices, sino de poder estar bien la mayor parte del tiempo, aceptando que hay días buenos y días malos.
El psiquiatra Aaron Beck, uno de los grandes estudiosos de la mente, decía que el bienestar no depende de eliminar los pensamientos tristes, sino de aprender a mirarlos con más realismo y menos castigo.
Otros pensadores fueron más allá.
Viktor Frankl, que sobrevivió a un campo de concentración, escribió que “quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Para él, el opuesto de la depresión era el sentido, esa razón íntima que hace que cada día tenga un motivo, aunque sea pequeño. Y Albert Camus, desde la filosofía, creía que resistir al absurdo de la vida era ya una forma de afirmarse, de elegir seguir.
Hoy se habla mucho de salud mental:
Pero todavía cuesta entenderla sin simplificar.
No se trata de “pensar en positivo” ni de “ponerle onda”. A veces lo más sano no es tapar la tristeza, sino dejarla hablar. La depresión no se cura con frases motivacionales, sino con acompañamiento, tiempo y escucha. Y también, con vínculos. Con gente que esté ahí, que no juzgue, que sostenga.
Tal vez el contrario de la depresión no sea una emoción, sino una forma de estar en el mundo: conectados, con sentido, con algo o alguien que nos recuerde que valemos la pena.
No una felicidad constante, sino una serenidad posible.
Cuando pienso en eso, imagino una luz suave, no un foco que encandila.
Una claridad que no espanta la sombra, pero la vuelve más soportable. Quizás de eso se trate el bienestar: de poder mirar la vida sin miedo, sabiendo que incluso los días grises también cuentan una historia. Y que siempre, detrás de la oscuridad, hay una forma de volver a empezar.
Para terminar :
Vamos a hablar de la importancia y necesidad de la consulta y ayuda de los profesionales de la salud. Porque, aunque las palabras puedan acompañar, y la reflexión ayude a comprender, la depresión no se enfrenta solo con buena voluntad ni con lecturas inspiradoras.
Buscar ayuda no es un signo de debilidad, sino un acto de cuidado.
Los psicólogos, psiquiatras y terapeutas existen para acompañar ese proceso, para ofrecer herramientas y, sobre todo, para escuchar sin juicio. Así como vamos al médico cuando algo duele en el cuerpo, también deberíamos poder acudir a un profesional cuando duele el alma.
La salud mental no es un lujo ni un tema menor:
Es una parte esencial de la vida. Y hablar de ella, sin miedo ni vergüenza, es una forma de abrir camino hacia esa eutimia —ese equilibrio sereno— que todos necesitamos alguna vez.
Porque, al final, del otro lado de la depresión no hay una felicidad perfecta, sino la posibilidad de volver a sentir, de volver a estar. Y en ese estar, con ayuda, con tiempo y con sentido, empieza la verdadera luz.
