Cuando el cerebro no puede parar

Entre la ciencia y la ironía: por qué los humanos nos quedamos “rumiando” pensamientos hasta el cansancio

Hay noches en que uno apaga la luz, el cuerpo se rinde, pero la cabeza se queda encendida como una heladera vieja. Repite escenas, inventa diálogos, repasa errores.

A esa obstinación de la mente los psicólogos le pusieron nombre: rumiación. Y no es una metáfora poética: igual que una vaca mastica el mismo bocado de pasto una y otra vez, nosotros masticamos pensamientos que ya no tienen más jugo que sacarles. Solo que, en vez de nutrientes, lo que obtenemos es ansiedad.

El bucle mental

La psicóloga Susan Nolen-Hoeksema, de la Universidad de Yale, fue una de las primeras en estudiar este fenómeno. Su conclusión, respaldada por años de investigación: rumiar no resuelve los problemas; los prolonga. “Cuanto más tiempo dedicamos a analizar por qué nos sentimos mal, más difícil resulta salir del malestar”, escribió en uno de sus ensayos sobre depresión y pensamiento repetitivo.

Los neurocientíficos, por su parte, encontraron una pista dentro del cerebro. Existe una red llamada Default Mode Network (red por defecto), activa cuando no estamos concentrados en una tarea. En quienes tienden a rumiar, esta red se mantiene hiperactiva, como un televisor que nadie apaga. Mientras el cuerpo está quieto, la mente sigue corriendo una maratón invisible.

El legado del cavernícola ansioso

No todo es culpa del siglo XXI. Evolutivamente, ser un poco paranoico fue una ventaja. El humano que pensaba “¿y si mañana vuelve el tigre?” tenía más chances de sobrevivir que el optimista despreocupado. El problema es que hoy el “tigre” no es un depredador, sino un mensaje sin responder o una deuda de tarjeta.

Nuestro sistema nervioso, sin actualizaciones desde la Edad de Piedra, no distingue entre peligro real y pensamiento molesto. Por eso el corazón se acelera igual ante un mail del jefe que ante un oso en la cueva.

Reflexionar o rumiar: la delgada línea

La rumiación se disfraza de pensamiento profundo. Pero hay una diferencia sutil y decisiva entre reflexionar y rumiar:

  • Reflexionar busca comprensión y acción (“¿qué aprendí de esto?”).
  • Rumiar gira sin rumbo (“¿por qué siempre me pasa lo mismo?”).

El pensamiento útil termina en una decisión. El pensamiento rumiativo termina en más pensamiento. Es el equivalente mental de correr en una cinta: mucho esfuerzo, ningún avance.

Mindfulness, terapia y autocompasión

Los estudios más recientes ofrecen antídotos. El mindfulness, práctica basada en la atención plena, ayuda a observar los pensamientos sin identificarse con ellos. No es dejar la mente en blanco —imposible—, sino mirar el flujo mental como quien ve pasar autos sin subirse a ninguno.

La terapia cognitivo-conductual (TCC) también mostró eficacia al enseñar a detectar los pensamientos automáticos y desarmar su poder. Y la autocompasión, concepto trabajado por Kristin Neff y Paul Gilbert, demuestra que hablarse con amabilidad reduce la activación del estrés más que el auto-reproche.

Una mente que no sabe descansar

Quizás la rumiación sea el precio de la autoconciencia. Un perro no se queda pensando si ladró de más. Nosotros sí. Pero también somos los únicos capaces de reírnos de eso, de escribir sobre el insomnio y de hacer humor con nuestra propia neurosis. Ahí, tal vez, esté la salida más humana: poner palabras donde antes solo había ruido.

Así que la próxima vez que tu mente empiece con su maratón nocturna, probá decirle con ternura: “Gracias por tu servicio, pero hoy no”. Y dejala que se apague, al menos por unas horas. No hay tigres en la habitación. Solo pensamientos queriendo sentirse importantes.