“El futuro llegó ayer”

El futuro llegó ayer. Vivimos en una época en la que todo se mezcla, como una ensaladilla rusa mal revuelta: te puede tocar un trozo de papa tibia, un guisante del 2008 o una mayonesa hecha con inteligencia artificial que te jura que no tiene bacterias. Es el cóctel perfecto de nuestra era: tecnología, moral líquida y relaciones que duran menos que un scroll. Y aunque todavía decimos “lo que viene”, la verdad es que ya vino. El futuro llegó ayer, se instaló sin pedir permiso y dejó las sobras en la heladera.

Antes, uno se enamoraba de una persona.

Ahora te enamorás de un algoritmo. Y no me refiero solo a los que se casan con sus asistentes virtuales (que ya es un colectivo), sino a todos nosotros. Porque hoy, cuando decís “me gusta alguien”, lo que en realidad te gusta es cómo su cara se ve con el filtro de “luz de tarde en Palermo Soho” que TikTok te clavó en la córnea. Después te encontrás en persona y decís: “Uy, esta gente tiene poros”. Tremendo bajón. Ahí te das cuenta de nuevo: el futuro llegó ayer, y vino con filtros preinstalados.

La nueva moral.

Esa que se actualiza cada seis meses como el iOS, nos dice que hay que ser empático, inclusivo y no tóxico, pero sin dejar de tener límites, amor propio, y, por supuesto, una cuenta en BeReal. Porque si no subís tu cara sin filtros mientras te comés un yogur, no existís moralmente. La ética ahora se mide en stories. Y todo eso suena muy del mañana, pero ya está pasando. El futuro llegó ayer, con hashtag y fecha de caducidad.

Mientras tanto, la inteligencia artificial se infiltra en todo.

Vos le pedís a ChatGPT (perdón, al GPT-5, que se ofende si lo confundís) que te ayude a escribir una carta de amor, y te devuelve un texto tan perfecto que te da vergüenza firmarlo. Después lo mandás igual, porque en esta era la honestidad se terceriza. Y si el amor funciona, bien. Y si no, al menos te quedó un buen prompt. El futuro llegó ayer, y ahora te escribe los sentimientos en formato .txt.

Las parejas nuevas son un delirio.

Hay vínculos poliamorosos, ecoafectivos, binarios, posbinarios, y hasta “parejas en beta”, que son como versiones de prueba del amor, con cláusula de cancelación automática a los tres meses. Lo más lindo es que todos hablan de “fluidez emocional” mientras siguen usando Excel para coordinar turnos de convivencia. En este laboratorio sentimental, el futuro llegó ayer con manual de usuario, pero sin garantía.

Y en medio de todo eso, aparece la culpa:

Esa mayonesa moral que lo une todo. Antes uno se sentía mal por engañar a alguien; ahora te sentís culpable por usar bolsas de plástico o por no reaccionar con un emoji de corazón cuando tu ex sube una foto con su gato. La moral contemporánea es una app que vibra cada vez que te olvidás de ser una buena persona. Y no la podés desinstalar. Otra notificación más del futuro que llegó ayer: “Actualizá tu conciencia”.

La IA, por su parte, observa todo esto con una mezcla de curiosidad y espanto.

Imaginemos al pobre algoritmo de citas: analiza millones de perfiles, detecta patrones y concluye que los humanos son seres que dicen “busco algo real” mientras se sacan selfies con orejitas de perro. La máquina no entiende nada, pero te sigue emparejando, porque su trabajo no es juzgar: es servir. Un poco como antes lo hacía la abuela que te decía: “¿Y esa chica del gimnasio? Te haría bien”. La diferencia es que ahora la abuela tiene WiFi y reconocimiento facial. Sí: el futuro llegó ayer, con olor a perfume digital.

Y así vamos, metiendo en el bol todos los ingredientes de la modernidad:

Un poco de IA, una pizca de ansiedad, dos cucharadas de culpa ecológica, tres likes de validación social, y amor al gusto del consumidor. Lo revolvés todo, lo dejás reposar en la heladera del capitalismo emocional, y listo: te servís una ración de vida moderna. No sabe a nada, pero llena.

Y capaz que de eso se trata: de aceptar que ya nadie sabe cocinar el amor sin seguir un tutorial. Que a veces la ensaladilla se corta, que la mayonesa se arruina, y que hay que volver a empezar. Pero cada tanto, cuando el WiFi se cae, cuando no hay nadie mirando, y el silencio se parece a los de antes, uno agarra una papa, la aplasta con el tenedor y piensa: “Che… esto, así de simple, todavía tiene gusto”.

Y ahí, por un ratito, nos salvamos todos. Aunque sepamos que, incluso en ese instante, el futuro ya nos alcanzó. Porque, no nos engañemos: el futuro llegó ayer.