Las habilidades que no se enseñan

Hay cosas que no entran en un currículo, y, sin embargo, son las que más pesan cuando el mundo se tambalea. En 2025, las empresas piden “habilidades blandas”, como si fueran pan fresco en una panadería de moda. Pero en realidad, lo que están buscando —aunque no siempre lo sepan decir— son personas que sigan siendo humanas en medio del ruido digital.

No hay curso online que te enseñe a tener empatía. Ni un certificado que diga: “este individuo escucha con atención y de verdad le importa lo que pasa al otro lado del Zoom”. Eso se aprende cuando te toca consolar a un compañero que perdió a su madre y aún así aparece puntual al trabajo. O cuando entendés que una reunión no siempre necesita una respuesta, sino un silencio amable.

La comunicación efectiva, que suena tan corporativa, en realidad es simple: es decir las cosas sin miedo y sin herir. Es aprender a pedir disculpas sin PowerPoint, a decir “no sé” sin vergüenza. Y, sobre todo, es entender antes de hablar, algo que las máquinas todavía no logran.

Después está la adaptabilidad, que antes sonaba a excusa para hacer de todo y ahora es supervivencia pura. El mundo cambia de herramienta más rápido que nosotros de pestaña, y el que no se adapta se queda como una versión vieja de sí mismo, pidiendo actualizaciones que ya no llegan. Adaptarse no es rendirse: es bailar con el caos sin perder el ritmo.

La resiliencia no es una palabra de moda: es una cicatriz que aprendió a brillar. Es seguir adelante, aunque el Excel te haya borrado tres horas de trabajo, aunque te hayan dicho que “el proyecto se cancela”, aunque el futuro parezca siempre en beta. Es tener la certeza de que lo importante no es el título que llevás, sino la forma en que volvés a empezar.

Y la creatividad, ese músculo que se atrofia con los procesos automáticos, vuelve a ser oro. Las empresas descubren que no basta con seguir instrucciones: necesitan a quien se atreva a romperlas. Que alguien se anime a preguntar “¿y si lo hacemos distinto?”, aunque tiemble la voz.

La inteligencia emocional es otra joya olvidada. Significa no explotar en una reunión, no tomarse todo como personal, entender que todos tenemos nuestras batallas invisibles. Significa saber que el jefe también se siente perdido a veces, y que la empatía es una forma de liderazgo.

En el fondo, lo que buscan las empresas —y el mundo, pienso yo — son personas capaces de seguir siendo humanas en un entorno cada vez más programado. Gente con alma, no solo con habilidades. Que sepan cuándo hablar, cuándo callar, cuándo abrazar.

Porque cuando la inteligencia artificial haga todo lo que puede, todavía va a quedar un espacio reservado para quienes saben mirar a los ojos y decir, con humildad y una sonrisa cansada: “Tranquilo. Esto también lo vamos a aprender juntos.”